MADRID 4 Ene. (OTR/PRESS) -
Este domingo no parece haber sido un mal día para Pablo Casado: alguna encuesta periodística le concedía una sonrisa que le acerca a los resultados del PSOE, que seguiría ganando las elecciones cada vez por menos, mientras que los extremos, o sea Vox y Unidas Podemos, se van hundiendo poco a poco. Además, según otro sondeo, los ciudadanos piensan que el líder del PP gestionaría mejor que Sánchez el combate contra el Covid y por el reparto de fondos europeos. La cruz de la moneda es que este es el mismo Sánchez que sigue reteniendo el 'ranking' de popularidad, aunque con un suspenso, bastante por delante de Casado. ¿Significativo todo ello? No tanto, quizá. Más importante, en mi búsqueda dominical por los medios, es otro hallazgo, obvio por lo demás: solo Pablo Casado sería capaz de desmontar la extraña coalición de PSOE con Unidas Podemos. Pero eso exigiría, desde luego, que tanto socialistas como 'populares' lo quisiesen. Y dudo que lo quieran.
Algunos medios digitales insisten en citar fuentes de Podemos en el sentido de que el partido 'morado' no toleraría que en el Gobierno triunfasen las tesis de Nadia Calviño y José Luis Escrivá alargando de veinticinco a treinta y cinco años el período para calcular la pensión. La ministra de Trabajo y el vicepresidente segundo consideran que eso sería un recorte a las pensiones, contrario al pacto de Toledo, y hacen oír tambores de guerra: no lo aceptarían. Se trata, ya lo sabemos, de una guerra más en el seno de un Ejecutivo imposible, en el que se alientan nada menos que dos visiones contrapuestas sobre la forma del Estado, sobre impuestos, economía, territorialidad, reforma laboral, salario mínimo, extensión de las alianzas con los separatistas catalanes y vascos y, en general, sobre muchas cuestiones de ética y, obviamente, de estética. Que dicen que es, la estética, junto con los diferentes sentidos del humor y el protocolo, lo que más divide a los seres humanos. Lo que no se ha comprobado hasta ahora es si ese concepto, el humor, anida en el alma y la mente de alguno de los integrantes del Consejo de Ministros.
Decía al comienzo que, si Casado supiese aprovechar tantas vías de agua, que desde luego imposibilitan las promesas de Sánchez de que mantendrá la composición de su Gabinete durante toda una Legislatura, o sea tres años más, el fin de la coalición tal y como está, y que ahora va a cumplir su primer aniversario, se aceleraría. Sánchez no quiere pactos con Casado ni, posiblemente, en el fondo de su alma, Casado con Sánchez. Pero tendrán que hacerlo en torno a la futura Ley de la Corona --que es, pienso, una buena e irrenunciable idea--, a determinadas reformas del Código Penal --y me refiero, sí, a la sedición, entre otras cosas--, a la reforma del Poder Judicial, a las negociaciones con el secesionismo catalán... y sobre las pensiones, sospecho. Otra cosa, mantener la guerra sobre estas cuestiones, empieza a ser hasta inviable.
El líder de la oposición no ha logrado aún traspasar la barrera del sonido mediático, pese al que muchos consideraron su espléndido discurso parlamentario en la moción de censura presentada por Vox, distanciándose del extremismo de Abascal. Ha tendido manos poco convincentes a un Sánchez que se mantiene, por el momento, incómodamente aferrado a la alianza con el hombre que, 'Sánchez dixit', no le dejaría dormir ni a él ni al noventa y cinco por ciento de los españoles si estuviesen juntos en el Gobierno. Y lo están. Y la incomodidad, por mucho que ambas partes afirmen que las relaciones entre los coaligados son excelentes, lo mismo que el insomnio, existen.
Inés Arrimadas, la cabeza de Ciudadanos, fracasó en su intento de romper esta coalición, o al menos de debilitarla. Ciudadanos actuó tarde: podría haber impedido el acuerdo entre PSOE y Podemos en los tiempos del equivocado Rivera. Eso ya no tiene remedio y parece que el destino de la formación naranja será ser poco a poco engullida, como ya ha comenzado a ocurrir en Cataluña con el impresentable transfuguismo de Lorena Roldán. Pero eso, una merendola de Ciudadanos, no le puede bastar al PP: el mensaje no calará con la suficiente rapidez si no es mucho más contundente en sus ofertas de colaboración para sacar a España del marasmo que amenaza al país, que está cada vez más débil y menos unido, contra lo que decía la propaganda gubernamental.
Por supuesto, no es mi tarea dar consejos, que es vicio que ocasionalmente nos atenaza a los periodistas; pero creo que Casado necesita un par de golpes de efecto más y muchos diagnósticos pesimistas menos para colocarse donde realmente le corresponde estar, que no es sino el puesto de salida en la carrera hacia La Moncloa. Y, mientras, Iván Redondo prepara el gozo del primer aniversario de la coalición que nunca debería haber existido, nos dijeron.