MADRID 6 Abr. (OTR/PRESS) -
Casi todo está escrito sobre la Pasión de Cristo y cada vez se puede descubrir algo nuevo. Tal vez, el papel de la mujer sea uno de los menos destacados o valorados. El papel de las santas mujeres. Sólo ellas estuvieron permanentemente al lado de Cristo durante todo el camino hacia el Calvario y hasta la Resurrección. El calvario de Cristo fue el calvario de María. La soledad de Jesús en el huerto sólo tiene parangón con la de María al pie de la Cruz. Pero desde su prendimiento, los dos estuvieron acompañados de las mujeres de Galilea, de María de Cleofás, de María Magdalena, de la Verónica...
He tenido el honor de pregonar la Semana Santa de Medina del Campo, en tierras vallisoletanas, y de meterme en el papel de las mujeres de la Pasión. Mujeres que no sintieron miedo, mujeres que acompañaron a Jesús en el camino de la Cruz, cuando cayó y cuando se levantó. Mujeres que le limpiaron el rostro. Mujeres que desafiaron tanto a los soldados como a la muchedumbre que insultaba a Cristo y exigía su muerte. Mujeres que estuvieron al pie de la Cruz, cuando todos los apóstoles, salvo Juan, habían huido. Mujeres que recibieron el cuerpo sin vida de Cristo cuando le descendieron de la Cruz, y le acompañaron hasta el sepulcro entre lágrimas y rezos. Mujeres, María Magdalena la primera, que fueron al sepulcro al amanecer para no dejar sólo a Cristo ni después de muerto. La de María Magdalena es una historia de amor y de entrega entre la mujer y Dios. Una mujer repudiada a la que Dios amó y que, posiblemente, amó al hombre que fue y creyó en el Dios eterno para siempre. Hasta el final estuvo a su lado. Mujeres, como ella, a las que Cristo quiso aparecerse antes que a los discípulos. Mujeres, que fueron las primeras que creyeron plenamente que Cristo había resucitado. Mujeres, la Virgen siempre la primera, que no dudaron nunca en el amor.
Ni se rinden ni se entregan ni temen ni se acobardan. Las mujeres fuertes de la Pasión son todo un símbolo en tiempos de duda y de dolor. El símbolo de la fortaleza de la mujer hoy y de la misma Iglesia, que también es madre, que soporta todos los embates, que comete errores, que, a veces, está demasiado lejos de donde debe, demasiado preocupada con lo que separa en lugar de volcarse en lo que une... Pero que está ahí y que, desde hace dos mil años, sigue siendo el cauce de transmisión de la fe que profesamos los católicos. Fuerte tiene que ser para haber aguantado tanto...
Francisco Muro de Iscar