MADRID 7 Oct. (OTR/PRESS) -
Dejo para los expertos la crítica sobre el corte, la textura y la caída del traje de boda de la novia; para los flamencólogos, la glosa sobre la pericia perdida en su arranque por sevillanas; a los sociólogos, el análisis sobre el deslumbramiento popular y mediático ante este tipo de acontecimientos, y a los teólogos, la explicación sobre cómo será una vida eterna, en la que cree firmemente la contrayente, con tres maridos a las espaldas. De la boda, supongo que sabrán a qué boda me refiero, sólo me llama la atención el valor de quien se pone el mundo por montera para vivir su vida como le convenga y remueve los obstáculos precisos para hacerlo y, sobre todo, la visualización de una realidad que, aunque aún sea excepcional y haya que rebuscarla en las esquinas de las estadísticas, no es una rareza.
Durante el siglo XX, los matrimonios en España evolucionaron desde aquellos en los que lo frecuente era una notable diferencia de edad del marido sobre la mujer hasta lo que los sociólogos denominan matrimonios homógamos, en los que los individuos tienden a unirse con otros de edades próximas que rara vez superan los tres o los cuatro años. Sin embargo, en el comienzo de este siglo, la evolución de la esperanza de vida, la normalización del divorcio y la superación de prejuicios sociales están favoreciendo un nuevo crecimiento en el número de matrimonios en la madurez en los que uno de los miembros de la pareja supera considerablemente en edad al otro. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística en el año 2009 se casaron 10.000 hombres y mujeres de más de 60 años, y de ellos casi 2.000 lo hicieron con parejas a las que llevaban más de 15 años. El número de parejas en las que el hombre es mayor que la mujer es 16 veces superior que el de parejas en las que la mujer es mayor que el hombre. Pero a pesar de esta distribución asimétrica, durante ese año se casaron cien mujeres con hombres mucho más jóvenes que ellas, cien duquesas anónimas cuya boda nunca encontrará una línea en un periódico.
No cuesta imaginar que ellas, como la otra duquesa, habrán tenido que superar la presión familiar, la retahíla de insinuaciones del círculo de amistades de a tu edad quién te manda meterte en esto, la mirada obtusa de la sociedad y los prejuicios íntimos grabados a fuego por la educación recibida, por el peso del recuerdo de quien se fue y por la pervivencia del qué dirán. Pero ellas, como otras pioneras a lo largo de la historia, contribuirán a romper moldes y a cambiar la mirada de quien todavía, a estas alturas de la historia, considera una rareza algo tan noble como que una persona, ella o él, quiera vivir su vida en plenitud hasta el último día.