Actualizado 02/07/2008 02:00

Isaías Lafuente.- Colón

MADRID 2 Jul. (OTR/PRESS) -

Tras la abrumadora victoria, tocaba recibir a los héroes. Las crónicas cuentan que los esperaba un millón de personas y sorprendentemente nadie ha puesto en cuestión el dato. Una vez más, la Plaza de Colón, en el centro del centro del esta España descentralizada, acogió una manifestación multitudinaria. El conquistador petrificado ha visto de todo en los últimos años y debe de estar desconcertado. Los mismos que ayer gritaban a una y se abrazaban fraternalmente, igual que lo hicieron en defensa de la democracia tras el 23F o contra ETA tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, son aquellos que, convenientemente divididos por mitades, coreaban contra los otros - en nombre del partido, de la religión o de la ética - por una guerra ilegal, por el proceso de diálogo con ETA, por la España dividida, por los matrimonios homosexuales o por la familia destruida. La plaza no se estira, pero los argumentos de quienes la ocupan dan mucho de sí.

Podría concluirse que es el fútbol lo que une y la política, la religión o la ideología las que dividen. Pero no cuesta mucho imaginar que quienes ayer pedían una calle para la madre de Casillas se acuerden de ella con los peores epítetos en la próxima Liga si la genialidad del portero del Real Madrid frustra las ambiciones de otros equipos. Incluso es lógico pensar que Luis Aragonés e Iker Casillas, que se quieren y se admiran, se acuerden de sus respectivas madres si algún cruce les enfrenta en el futuro en la Liga de Campeones.

En el campeonato de las hipérboles, esta Eurocopa ha batido récords en España. Se dice que la selección es el símbolo de una España plural, pujante y moderna. Pero si uno escoge otro ángulo de observación sólo puede ver en esta selección una especie de contraespaña. Un grupo humano que por su juventud, en circunstancias normales, estaría peleando por una beca o por un sueldo mileurista es, sin embargo, un club de millonarios que a los veintitantos tienen solucionada la vida gracias a su trabajo, dirigidos además por un caballero que en el mundo de la empresa, en circunstancias normales, llevaría prejubilado tres lustros.

En fin, seguramente sólo hay una cosa peor que intelectualizar las emociones: ignorarlas. Quizás por eso Ibarretxe, que defiende la selección nacional vasca, no se atreve a promover una consulta popular en la que se pregunte a los aficionados si prefieren que sus grandes equipos sigan jugando en la Liga española contra el Madrid, el Barca, el Valencia o el Sevilla, o lo hagan en una liga propia contra los muy dignos e históricos Eibar, Barakaldo, Bermeo o Real Unión. Empezando por esas pequeñas cosas algunos grandes asuntos adquieren otra dimensión... Porque lo que pasó el lunes en Colón no es la verdad, pero es una de las verdades que explican este país peculiar y fascinante al que llamamos España.

Isaías Lafuente.

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