Actualizado 18/01/2007 01:00

Isaías Lafuente.- Madeleine

MADRID 18 Ene. (OTR/PRESS) -

He leído impresionado la historia de Madeleine, una mujer que ha decidido poner fin a su vida, sometida en los últimos años a una enfermedad degenerativa, que paralizaba progresivamente su cuerpo. Madeleine planificó con todo detalle su muerte para que ese paso fuera menos doloroso para su gente. Y quiso también que su historia se conociera. Por eso, antes de tomarse el cóctel letal, aparte de escribir una carta al juez, ordenar sus papeles y rodearse de personas que entendieran su decisión y la acompañasen en el trance definitivo, quiso contar su historia a una extraordinaria periodista, Ana Alfageme. Gracias a ella la hemos conocido. ¡Gracias!

Cada vez que nos acercamos a una historia como la de Madeleine, se reabre un debate social polarizado - como casi todos los que nos ocupan en este país desde tiempo inmemorial - entre quienes piensan que esta mujer es una cobarde, incapaz de afrontar su vida en momentos de dificultad, que ha hecho uso de un derecho que no le corresponde, y quienes creen que nos encontramos ante una persona valiente que ha decidido, haciendo uso de su sagrada libertad, poner fin a su vida cuando consideró que comenzaba a ser indigna, que dejaba de ser vida. Yo soy de los segundos. Y al serlo no pretendo convertirme en juez de lo que ha hecho Madeleine - ¿quién puede juzgar lo que cada cual haga con su propia vida sin dañar a los demás? - sino que intento mirar en el espejo de mi vida e intentar imaginar cómo me gustaría que ésta terminase en una circunstancia parecida a la de Madeleine, aunque dudo sobre si sería tan valiente de dar el paso que ella ha dado.

Todas las decisiones importantes que una persona toma a lo largo de su vida están sometidas a impulsos contradictorios. Y los juicios que podamos hacer sobre ellas, también. Por eso, admiro tanto a Madeleine como a las otras personas que, en sus mismas circunstancias, deciden vivir hasta el final porque consideran que esa es la manera digna de poner punto final a su existencia. Y si me ha conmovido la actitud de las personas que acompañaron a esta mujer en los últimos momentos de su vida, cómo no me va a conmover la de quienes acompañan en el sufrimiento a quienes deciden convivir con su enfermedad hasta el final. Pero me inquieta que a estas alturas de la historia, cuando las personas pueden planificar la concepción sin ser considerados delincuentes, aún no hayamos resuelto los problemas éticos que permitan poner fin a su existencia a los individuos que consideren que su vida ya no es digna.

Dijo Madeleine antes de morir que lloró mucho porque se acordó de todas las cosas buenas de su vida. Morir es lo único inevitable, lo que nos une a todos de manera irremediable. Seguramente nada hay más natural que la muerte, como nada es más antinatural que sentirse muerto en vida. Por eso esta mujer no lloró por su muerte, sino por una vida que, conscientemente, dio por terminada. Y por eso su epitafio no ha sido "quiero dejar de vivir", sino "quiero dejar de no vivir".

Isaías Lafuente.

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