MADRID 22 Nov. (OTR/PRESS) -
El próximo día 25 es el Día Internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres. Hace justo diez años, nos conmocionó el asesinato de Ana Orantes días después de expresar en un programa de televisión la certeza de que su marido, que la maltrataba y la amenazaba, acabaría matándola. Hoy conmemoramos la fecha con la impresión de la muerte de Svetlana, una mujer asesinada por su ex novio días después de que éste intentase reconquistarla, también ante las cámaras de otro programa de televisión.
Ana Orantes no fue la primera mujer asesinada aquel año de 1997. Antes que ella habían muerto otras 96 a manos de sus parejas. Pero el impacto de su aparición en televisión lanzando una llamada de socorro que nadie fue capaz de escuchar supuso un calambre que movilizó a la sociedad y a la clase política, también a los medios de comunicación. Por entonces ya se habían hecho cosas para atajar el problema de la violencia de género, pero su asesinato marcó un antes y un después en las acciones para afrontarlo.
Concluye una legislatura en la que nuestro país ha dado nuevos pasos para eliminar esta violencia endémica. La Ley Integral contra la Violencia de Género y la Ley de Igualdad son dos instrumentos que marcan un hito en el combate. Pero la persistencia del fenómeno, con cifras de mujeres asesinadas que se resisten a menguar, nos habla de que las leyes no son suficientes si somos incapaces de tejer una red social capaz de detectar al maltratador, denunciarlo y desarmarlo antes de que culmine su crimen. Los medios de comunicación han sido agentes imprescindibles para divulgar el problema de la violencia y para sensibilizar a la sociedad sobre el mismo. Pero también son con frecuencia el escenario de su banalización al servicio del espectáculo más obsceno. Yo no vi a Svetlana y a su asesino en televisión. Pero unos días antes pude ver en ese mismo programa a un celoso patológico narrando durante minutos sus desvaríos, uno de esos perfiles de libro sobre los que los especialistas nos llaman la atención. Quizás aquel hombre no fuera un maltratador en potencia, pero tampoco merecía el protagonismo que se le dio. Porque hay cosas con las que no se puede jugar por unos puntos de audiencia.
Isaías Lafuente