MADRID 22 Sep. (OTR/PRESS) -
No me cansaré de repetir que el grado de civilización de un país también se mide por cómo trata a los animales. De manera que si nos atenemos a este principio, España sale mal parada, y si no lean la cifra de perros abandonados en el 2008 ofrecida por la Coordinadora Estatal de Protección de los animales. Nada menos que 110.000 perros fueron abandonados por sus dueños, ¡se dice pronto!, y eso hace que España ocupe el siniestro primer lugar en el ranking de los abandonos.
Pero no sólo ocupamos ese deshonroso primer lugar en cuanto al abandono y maltrato de perros se refiere, sino que muchas de las fiestas populares que se celebran en los pueblos constituyen autenticas salvajadas llevadas a cabo con el consentimiento de la Administración, ya que son los propios ayuntamientos las que las financian como "fiestas populares".
Perseguir a un toro por las calles de un pueblo al que se le van asestando navajazos no es un signo de civilización. Como no lo es tirar una cabra desde lo alto de una torre, ahorcar a los galgos al final de la temporada de caza u otras barbaridades que se cometen en nombre de no se sabe qué bárbara tradición.
Lo peor es la insensibilidad de los poderes públicos ante estas manifestaciones de inhumanidad. En nuestro país no está penado como merece el maltrato a los animales. Por eso, seguramente, caerá en saco roto la denuncia hecha este lunes por la Coordinadora Estatal de Protección de los Animales en cuanto al abandono de perros.
Hay quien se cree que un perro es un juguete, un ser cuya finalidad es divertirnos y al que se puede abandonar cuando no nos conviene su presencia. Cuando llega Navidad muchos niños reciben como regalo un perro y lo convierten en su mascota durante unos meses. Pero luego llega el verano y los papas deciden que el perro es un incordio para ir de vacaciones, que gasta mucho, que hay que cuidarle, sacarle a la calle, recoger los excrementos y deciden deshacerse de él sin que les tiemble el pulso. Le suelen meter en el coche y a unos kilómetros de la ciudad abren la puerta y le conminan a salir y allí le dejan abandonado.
Siempre he pensado que quien es capaz de hacer algo así es una mala persona, alguien terrible en el que no se puede confiar y por lo que parece en nuestro país abundan la gente de esa calaña.
La Administración debería de hacer una campaña de respeto y defensa de los animales, debería de prohibir esas fiestas salvajes que pasan por fiestas populares, debería de enseñar que ser civilizado es algo más que aprender a leer y a escribir. Pero me temo que también a los poderes públicos les falta esa sensibilidad. A la vista está.