MADRID 14 Nov. (OTR/PRESS) -
Dijo, el Fiscal General del Estado, que una de las fiscales a sus órdenes le tenía manía. Y, miren, eso me enterneció -estoy ya en una edad muy sensible- porque enseguida recordé las veces que le dije a mi madre que el profesor de matemáticas me tenía manía. Y ella, en lugar de ir a hablar con el profesor a pedir explicaciones, como suele hacerse hoy en día, me ordenó que fuera a una academia, por las tardes, a que me dieran clases particulares de matemáticas. Y funcionó: aprobé en septiembre las matemáticas y la terrible reválida de cuarto, es decir, que el profesor dejó de tenerme manía.
Me produce cierta lástima el Fiscal General del Estado, porque es el jefe de todos los fiscales, y a los jefes, por lo que sea, se les suele pillar manía. Y a los jefes, para eso son jefes, no les importa para nada, y les molesta tanto como un día primaveral y sin viento. Todavía es peor que muchas personas maduras, con una edad alrededor del medio siglo, cuando algo ha salido mal en un trabajo, suelan decir "Yo no he sido", que es la expresión que todos decíamos en el colegio, cuando de un balonazo rompíamos un cristal que daba al patio del recreo. Y es que, de la misma manera que el diablo dirige los balones hacia los cristales para amargarles la vida a los niños, hay profesores que les pillan manía a los alumnos para poder suspenderles en matemáticas.
Creíamos que el Fiscal General del Estado era un hombre duro, obediente a las órdenes de quienes le nombraron, astuto, incluso sabedor de los ardides de los delincuentes que persigue -como es el borrado de pruebas-. Pero resulta que estamos ante una persona mucho más frágil de lo que habíamos sospechado, cuya vida se amarga porque una de las personas que trabaja a sus órdenes no le muestra afecto, parece que obedece por disciplina y, además, le tiene manía.
Este hombre necesita comprensión de los jueces, que tengan en cuenta que es un pobre infeliz, de un rango jerárquico muy superior al que alcanzarán la inmensa mayoría de sus colegas, pero quebradizo en cuanto un inferior en el escalafón no le da muestras de afecto, de cariño, de comprensión. El cristal está roto por el balonazo, y, encima, los profesores que deben juzgarle, los jueces, igual le tienen manía. Ignoro cuál será la sentencia, pero no olviden que estamos ante una persona que dice: "Me tiene manía". Como un niño. O, dada la edad, como una persona que, emocionalmente, no ha alcanzado la madurez.