MADRID 6 Oct. (OTR/PRESS) -
Me prometo a mí mismo no volver a escribir sobre la lamentable moda de quemar fotos del Rey. Pero es que la cosa está pasándose de la raya ante la tibieza de un Gobierno que se empeña en quedar bien con todos -menos, claro, con el PP-. Lo de hacer una hoguerita con la foto de don Juan Carlos, resultó, en su momento, una llamada de atención que a los republicanos serios y coherentes nos sentó bastante mal; a mí al menos. Ese no era el camino; semejante acto estaba más cerca de un botellón mal digerido que de una reflexión seria y posible en un estado de derecho. Pero lo malo es que cuando una cosa empieza mal, suele ir a peor y la imagen de hace unos días con un monigote coronado y con una bandera español que pretendía ser el Rey ahorcado (insisto: ahorcado) en la Autónoma de Barcelona, empieza a poner los pelos como escarpias a más de uno.
Pero el problema no es que ciertos jóvenes lleguen a estos extremos del todo inaceptables sea contra la persona del Rey o contra su porquero; el problema no es que un ayuntamiento decida en pleno (con el voto a favor de CIU y la abstención del PSC) retirar del salón la foto del Jefe del Estado; ni siquiera el problema es que, contagiados por este ambiente un grupo de estalinistas se concentraran en Madrid para manifestarse en ese mismo sentido. El verdadero problema, desde mi punto de vista, tiene dos vertientes que trataré de explicar.
En primer lugar, y a estas alturas de la Historia, cómo es posible que el señor Stalin, cuyos crímenes más que demostrados sólo son comparables con los de Hitler, sostenga la ideología de un grupo político. Sobre el tema nada que añadir. Luego está la gran incógnita de por qué se ha escogido al Rey como enemigo público del nacionalismo. ¿Tal vez porque pese a todo es la institución con menos posibilidades de defenderse? Ya puestos me quedo con Anasagasti que llama imbécil a Vargas Llosa porque al escritor hispano-peruano no le gusten los nacionalismos. Por cierto, no quiero ni pensar el mal rato y el desasosiego de Vargas Llosa ante semejante agravio.
La otra cuestión difícil de entender es la tibieza del Gobierno central frente a la aún mayor tibieza, casi vomitiva, de la Generalidad catalana y muy particularmente del señor Montilla. Que ocurra lo ocurrido en el ayuntamiento catalán de Berga con el voto favorable de CIU y la abstención cómplice del PSC, eso ya no es que sea difícil de entender, es que, sencillamente, no cuadra a no ser que para ZP, Montilla o Mas, sus concejales no sean otra cosa que un grupúsculo antisistema. Pero me da miedo, un miedo lleno de vergüenza y de tristeza, cuando en una Universidad se ahorca un monigote, el que sea y por la razón que sea. Hay cosas que ni se pueden ni se deben consentir en una sociedad no ya desarrollada sino sencillamente democrática.
Andrés Aberasturi.