MADRID 23 Oct. (OTR/PRESS) -
La sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo está protagonizando indebidamente la actualidad política. Nos está faltando finura y equilibrio y seguimos mezclando cantidades heterogéneas, como es ya un clásico de nuestra vida colectiva. De pronto, unos se erigen en pretendidos monopolizadores del dolor de las víctimas y sus familiares, mientras que otros se erigen en dispensadores de asepsias inconcebibles en un tema tan delicado como el del terrorismo y sus desmanes. Unos y otros se descalifican y condenan entre sí como si esto fuese una mezcla del juicio final y de la amnesia colectiva. Los monopolizadores se piensan que los demás nunca sintieron dolor por las víctimas del terrorismo. Los de las asepsias no tienen corazón ni entrañas ante algo que creen que no les afecta. Es un drama para quienes no estamos en ninguno de los dos bandos y que lo único que queremos es que ETA desaparezca definitivamente del mapa y que su terrible estela deje de condicionar, con perdón, arrepentimiento y misericordia, nuestra vida en este atribulado país.
Un diez al PP, por cierto, por haber salido al paso instantáneamente del desmán de uno de sus cachorros contra un diputado de la izquierda que a lo mejor no supo expresarse bien. El partido del Gobierno, con esa actitud, ha hecho más por la reconciliación que todos sus bocazas juntos. Ni un minuto más para el odio, que ha empañado nuestra historia durante siglos. No hay que confundir el perdón con el olvido, ni en este terrible drama del terrorismo ni en ningún otro campo de los enfrentamientos y de las batallas que nos han atormentado, también en los últimos 75 años. Para las víctimas del terrorismo, todo el cariño y el consuelo de que seamos capaces y el deseo de que no se dejen manipular por nadie. Y para los verdugos, que pidan perdón, que se disuelvan de una vez y que supriman cualquier tentación de triunfalismo, pues son los grandes derrotados por la democracia, con doctrina Parot y sin doctrina Parot. No hay paz definitiva sin arrepentimiento y sin perdón. Es duro, es difícil, pero es imprescindible.