Actualizado 25/10/2011 14:00

Rafael Torres.- Al margen.- ETA y Gadafi.

MADRID 25 Oct. (OTR/PRESS) -

Los dos sucesos que se produjeron el mismo día, el del cese definitivo de la violencia etarra y el asesinato de Gadafi, siguen percutiendo sobre la actualidad, como reclamando cada uno de ellos la atención exclusiva que merecen y que no tuvieron por compartirla uno con otro precisamente.

Respecto al primero, no parecería sino que una banda terrorista nos ha declarado la guerra, nos ha ganado y se ha hecho con los resortes del poder y del estado, a juzgar por lo que dicen, obedeciendo a idéntica consigna, quienes no sólo pretenden que comulguemos con ruedas de molino, sino, encima, aguarnos la fiesta. Cuánta mezquindad, cuánta ceguera. El hecho, larga y dolorosamente soñado, de que ya no haya ni vaya a haber pistoleros emboscados que acaben con la vida de las personas y destruyan la de sus familiares y amigos, es, según esas voces, negativo e indeseable. Como no lo entiendo, me abstendré, como es natural, de ningún otro comentario.

La detención, linchamiento y asesinato del enloquecido dictador de Libia, por el contrario, sí se entiende, y tanto, por cierto, como repugna. Parece fuera de toda duda que las nuevas autoridades del país, que no son tan nuevas, se hubieran dejado arrancar la piel a tiras antes que permitir que el tirano, sometido a juicio, les señalara con el dedo. En las heteróclitas filas de los "rebeldes", como se sabe, abundan los antiguos camaradas y colaboradores del sátrapa depuesto, cuya compañía no abandonaron sino muy recientemente, cuando el signo de la rebelión ya había sido marcado por la OTAN, tampoco muy dispuesta, por lo demás, a que Gadafi revelara sus turbios amores y enjuagues con los mandatarios de algunos de los países que la integran.

A Gadafi le han hecho aquello contra lo que supuestamente se rebelaron los que se lo han hecho. No sólo es infame y cruel, sino que tampoco augura nada bueno. Las dictaduras son nefastas, sobre todo, porque producen eso, envilecimiento, brutalidad, desprecio de la justicia y de la vida en quienes las padecen durante mucho tiempo.

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