MADRID 16 Nov. (OTR/PRESS) -
El colapso del Tribunal Constitucional tiene causas identificables. Entre ellas está, desde luego, la voluntad de los partidos políticos, especialmente el partido del Gobierno, de condicionar sus resoluciones; probablemente nada de lo que está ocu-rriendo sucedería si no estuvieran sobre la mesa del TC el Estatuto de Cataluña, la reforma del Código Civil en materia de familia (los mal llamados matrimonios homosexuales) o la estúpida Ley de Igualdad. El Gobierno sabe perfectamente que todas estas normas son inconstitucionales, y por eso quiere forzar al TC a aprobarlas, como ya hizo con la expropiación de Rumasa por Decreto-Ley.
Pero la causa de fondo, que hace posibles las presiones es que los magistrados del TC son presionables. Parece una perogrullada, pero no lo es. ¿Por qué son presionables? Por una razón fundamental: porque su mandato es temporal, y después de agotado aún les quedan expectativas de obtener alguna canonjía, lo que los convierte en sumamente vulnerables. Si el cargo de magistrado del TC fuese el final de toda una carrera prestigiosa, de suerte que quienes lo ostentasen tuvieran vetada de por vida la percepción de un solo céntimo de dinero público excepto una pensión suficiente y digna de su alta responsabilidad, se producirían dos consecuencias muy be-neficiosas, a saber:
Primera, que se nombraría a personas de cierta edad, que estuviesen ya en el tramo final de sus respectivas carreras profesionales, porque ni los jueces podrían volver a los tribunales, ni los catedráticos de la Universidad pública podrían volver a sus cátedras, ni nadie podría ya dedicarse a la política en ninguna de sus formas. El cargo de magistrado del TC sería la cúspide, el broche de oro de una biografía, y no un peldaño más para seguir ascendiendo.
Segunda, que los magistrados sabrían que ya no tienen nada que esperar de los políticos, y les importaría un comino lo que éstos pudieran prometerles, porque ya no les podrían prometer nada. Libertad de acción se llama esta figura.
También podría lograrse esa independencia, tan necesaria, haciendo vitalicios esos cargos. Pero eso, que funciona tan bien en el Supremo de Estados Unidos, es más ajeno a nuestra tradición, y me parece ilusorio esperar que alguien pudiera proponerlo en serio.
Ramón Pi.