Éxitos y frustraciones de la reforma energética

Exitos y frustraciones de la reforma energética
Foto: EUROPA PRESS
Actualizado: lunes, 4 mayo 2015 12:24

MADRID, 30 Abr. (EDIZIONES) -

La reforma energética del ministro José Manuel Soria ha tenido éxito en la medida en que ha cumplido el objetivo encomendado: acabar con el déficit de tarifa. Si el mandato hubiese sido otro, más amplio o  preciso en los medios empleados, quizá el éxito no habría sido tal.

Sin embargo, el objetivo era claro y aparecía fijado desde el discurso de investidura de Mariano Rajoy, quien llegó a definir el problema eléctrico, en plena turbulencia económica, como uno de "los más complejos que hereda" el Ejecutivo. El ministro Soria se puso manos a la obra y dos intentos y otros tantos secretarios de Estado después, ya da el grueso de la tarea por concluido.

El déficit de tarifa no es un problema menor. A grandes rasgos, viene a ser dentro del sistema eléctrico lo que es el déficit público en las cuentas públicas. Los costes superan los ingresos y este desequilibrio va originando una deuda. En este caso, los costes consisten en la retribución reconocida para las llamadas actividades reguladas, entre las que destacan el transporte, la distribución y las primas a las renovables. Se sufragan a través de una parte del recibo de la luz conocida como peajes. La deuda, financiada en su origen por las eléctricas y desde 2011 titulizada en los mercados, la deben devolver los consumidores año a año. A ella se dedica el 10% de la factura.

En el momento de aprobarse la reforma energética, esta deuda rondaba los 25.000 millones de euros, un importe parecido al gasto en subsidios de desempleo en un año o al rescate de Bankia. El 150% del PIB regulado eléctrico, por seguir con la comparación con las cuentas públicas. Cada español, pues es muy difícil que alguno de ellos deje de consumir electricidad, tiene contraída una deuda que, a escote, sale a 550 euros por cabeza, y eso sin menoscabo de sufrir un recibo de la luz que se ha disparado en los últimos diez años.

LA REFORMA

Ahora, y no sin algún ardid contable, el Gobierno parece haber suturado la herida eléctrica. Industria pronostica superávit de tarifa hasta 2020 sin necesidad de subir más los peajes eléctricos y una paulatina contracción de la deuda. Da por concluida su tarea, que en términos velazqueños oscila entre la fuerza bruta de Vulcano en su fragua y la meticulosidad de las hilanderas.

La reforma ha sido en realidad el último de los varios martillazos regulatorios aplicados durante la legislatura, entre ellos la moratoria a las renovables, una refacturación que encareció un 7% el recibo durante meses y una compulsión propia de los hermanos Marx y su "más madera es la guerra" en la que se arrojaban a la caldera de la tarifa los remanentes del IDAE y unos créditos extraordinarios que nunca llegaron a concederse. También hubo un primer intento de reforma seria, que consistió en una batería de impuestos a la generación de electricidad, un canon hidráulico y la retirada de las desgravaciones al carbón y el gas.

Fue en 2013, con el relevo de Fernando Marti y la llegada a la Secretaría de Estado de Energía de Alberto Nadal, cuando tomó forma la reforma definitiva. Ironías del destino, Soria hubo de recurrir en esta ocasión a un antiguo colaborador de Rato en los años en los que se concibió el déficit de tarifa, posteriormente ensanchado con los ministros Joan Clos y Miguel Sebastián.

La reforma contempló un recorte de 2.700 millones a las empresas a través de un nuevo mecanismo de retribución conforme a principios de rentabilidad razonable, así como el compromiso de que las cuentas públicas asumiesen cada año unos 900 millones de costes extrapeninsulares. También trajo una subida de la luz del 3,2%.

El éxito de la reforma radica en que logra por fin el equilibrio entre costes e ingresos e impide la aparición de nuevos déficit de tarifa, al limitarse la aparición de costes y al producirse subidas automáticas de peajes ante posibles desequilibrios, sin, a priori, intercesión de voluntades políticas. De esta forma, se acaba con la desaforada generación de costes eléctricos y con la arbitrariedad que mantuvo en el pasado el recibo artificialmente bajo, a costa de generar un déficit que, a la postre, no haría sino provocar subidas adicionales de tarifas.

LAS FRUSTRACIONES

Luego están las frustraciones de la reforma. Industria ha tenido que bregar con sucesos imprevistos y nunca del todo esclarecidos. Entre ellos figura la improvisación de un nuevo sistema de facturación de la luz hora a hora después del colapso de las subastas eléctricas. Este "giro copernicano" de la factura, como lo describe un alto directivo del sector, no fue más que la respuesta urgente a los vicios de las subastas inflacionistas creadas en la etapa de Sebastián para fijar la tarifa de la luz. En los bocetos de la reforma, nunca se había contemplado la idea de acabar con estas subastas, hasta que en diciembre de 2013 se dispararon los precios y el Gobierno tuvo que intervenir la tarifa para evitar una subida del recibo del 11%.

Estas subastas, junto a otros fenómenos paranormales relacionados con el mercado mayorista de electricidad, no forman parte del núcleo de la reforma, centrada en los costes regulados. El cableado regulatorio del sector sigue sin ser infalible y es posible que en el futuro sea necesario revisar el funcionamiento de la gran lonja diaria de kilovatios. He aquí otra de las frustraciones, consistente en la falta de ambición a la hora de revisar el funcionamiento del mercado eléctrico.

Ha habido además víctimas colaterales, como el autoconsumo de electricidad, cuyo despegue ha quedado interrumpido por el temor de Industria a una contracción en los ingresos. Y quedan aún flecos sueltos, algunos de ellos con alto riesgo de quedar olvidados en los cajones, entre ellos la implantación de un bono social ligado a la renta, la hibernación de los ciclos combinados de gas o los nuevos incentivos al carbón, que toman ahora la forma de ayuda de Estado.

EL PRECIO DE LA LUZ

A nuestra redacción llegan otras críticas por parte de las empresas y los consumidores. El objetivo, dicen, se ha conseguido a costa de endosar parte del coste eléctrico a las cuentas públicas y de esconderlo en otros rincones de la tarifa. Quizá el precio de la luz ha comenzado a bajar, pero lo hace en parte después de que unos 1.400 millones anuales, lo equivalente a un 8% de los costes, hayan cambiado de ubicación sin dejar de cargarse sobre los ciudadanos. Las cuentas públicas, en línea con el plan ya ideado por Sebastián, asumirán vía Presupuestos Generales del Estado (PGE) 900 millones de los extracostes extrapeninsulares.

"Distintos sombreros para la misma persona", reconoció el propio Nadal, puesto que lo que se deja de pagar como consumidor se paga ahora como contribuyente. Además, 500 millones de costes regulados, los de las ayudas de la interrumpibilidad a la gran industria, han quedado ahora acomodados en la parte no regulada del recibo, en la del mercado. Todo este dinero, en suma, no ha desaparecido, sino que está en otro lugar.

Por otro lado, las grandes industrias siguen quejándose de su dificultad para competir y el sector eléctrico se ve obligado a digerir una sobrecapacidad de centrales que maniatan su crecimiento e impiden avanzar en el desarrollo de las renovables. Desde las empresas de servicios energéticos se echa en falta además impulso político para
retos como el de la eficiencia y el ahorro.

Por último, la luz sigue siendo muy cara y el consumidor doméstico ha visto cómo aumentaba la parte fija de su recibo, lo que le impide rebajarlo a fuerza de ahorro. La reforma ha sido capaz de evitar el colapso del sistema eléctrico y las peticiones de rescate que algunas eléctricas llegaron a proponer, lo que no es poco y da por cumplida la tarea encomendada por Rajoy. Industria presume además de que la luz ha bajado para ciudadanos y empresas, aunque parte de estos descensos se deben a la provindencial abundancia de lluvia y viento en el momento oportuno. REE dice que la luz bajó un 5,8% el año pasado y que sigue haciéndolo. Ya se ha producido un primer alivio, pero la caída no es mucha cuando se trata de revertir unas subidas del 82% entre 2003 y 2012, periodo en el que el recibo se encaramó a las más altas cumbres europeas.

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