La decisión más importante de tu vida puede aparecer en un instante concreto, como un destello, o también puede ser fruto de una lluvia fina que te cala los huesos hasta asfixiarte. Huir te cambia radicalmente la vida. Pero si eres mujer, los motivos y las dificultades se multiplican: A las causas de persecución por género se suman las vulneraciones de derechos humanos en las rutas y los retos de la integración en los países de destino.
Esta es la historia de once mujeres procedentes de nueve países repartidos en cuatro continentes. Hablan distintas lenguas, tienen diferentes profesiones, religiones, intereses, ambiciones. Todas han tenido que huir de sus hogares, todas sintieron un día que lo habían perdido todo, pero todas, como hacen cada día miles de mujeres en todo el mundo, siguieron luchando por la vida.
Este 8 de marzo también les pertenece.
En el caso de Olga los motivos fueron las bombas, en concreto, aquella bomba que explotó en el invierno de 2015 al lado de su casa y rompió todos los cristales. Esa noche tuvieron que dormir a 23 grados bajo cero, todavía parece que le atraviesa el frío cuando lo cuenta. Su ciudad, Donetsk, se había convertido en un campo de batalla. "Sin luz, sin agua, vivíamos bajo fuego diario".
Aún así, recuerda con nostalgia su antigua vida, su trabajo, la universidad y a su madre, con la que vivía. Su deseo ahora es quedarse en España y confía en CEAR para lograrlo, explica tímidamente: "Me gustaría quedarme aquí y seguir trabajando, espero que se arreglen mis papeles".
A Adama no le obligaron a huir las bombas, sino las cuchillas, y no le atraviesa el frío, sino más bien el dolor físico y mental que lleva soportando desde los 5 años, cuando su familia decidió someterla a la ablación. "Es una cuestión de suerte", señala, después de enumerar las múltiples consecuencias que pueden sufrir las mujeres tras ser mutiladas genitalmente: infecciones, infertilidad, dolores físicos, psicológicos...
Ante la amenaza de que 'completaran' la suya, huyó de su casa con tan solo 15 años, recorrió parte del continente africano para acabar en un barco de mercancías y alcanzar finalmente su sueño, llegar a España. Actualmente está estudiando y por fin ha recuperado la esperanza: "Ahora pienso que tengo futuro".
Las palabras de Nahid, en cambio, están llenas de rabia: "Ya no quiero vivir. Odio hasta el colegio y odio la vida en general". Quizás se deba a que ya ha vivido demasiado para su corta edad. Con tan solo 17 años cruzó el Egeo en barco desde Turquía escapando de la policía, lo hizo porque pensaba que podía encontrar una buena vida en Europa, o al menos, mejor que la que tenía en el país donde nació, Irán.
Allí la discriminación por sus orígenes iraquíes se había vuelto insoportable. Desgraciadamente, el sueño de estudiar en Europa se rompió en pedazos al darse cuenta de que estaba atrapada en Grecia porque su nacionalidad no entraba en la lista de aquellas que podían optar a la reubicación en algún país europeo.
Cheija no ha conocido otra cosa que ser refugiada. Nació bajo una jaima en los campos de refugiados de Tindouf, en medio del desierto de Argelia. Recuerda su infancia como una lucha diaria en la que "tienes que ir a un pozo a buscar agua, y después elegir entre beber o ducharte". Llegó a España llena de ilusiones, pero no le duraron mucho. Le costó cinco años conseguir la apatridia y recuerda esa noticia como "la lluvia en el desierto en agosto".
A pesar de sus títulos universitarios y un excelente español no se siente integrada por todas las etiquetas que arrastra "árabe, musulmana, con tez oscura, refugiada, y ahora también, apátrida". Ella sabe que aquí está de alquiler, tiene muy claro dónde está su hogar y no se imagina otro futuro que seguir luchando por volver al Sáhara Occidental.
Dima en cambio lo ha tenido todo: una vida tranquila en Damasco, una familia, un trabajo que le apasionaba, una casa, coches.. Hasta que estalló la guerra en Siria. Ahora vive en España y aunque reconoce sentirse cada vez más integrada en la sociedad, le tiembla la voz al pensar en las noticias que llegan de su país y recordar que parte de su familia continúa atrapada en Siria.
A veces cuando las bombas te arrinconan tienes que tomar demasiadas decisiones en un corto periodo de tiempo. En el caso de Lina, cuando las bombas alcanzaron el colegio de sus hijos, no dudó ni un segundo: "En ese momento tienes que abandonarlo todo y sales sin más". Ella tuvo suerte, llegó a España con un visado. Ahora se siente tranquila, aunque no hay un solo día en el que no se acuerde de su antigua vida en Siria.
"EUROPA, UNA GRAN MENTIRA"
A Somaya, en cambio, le gustaría borrar de un plumazo los recuerdos de los dos últimos años de su hijo. Nueve veces intentaron cruzar la frontera y los militares turcos les mandaron de nuevo a Siria cada vez. Al final consiguieron cruzar y ahora viven en un antiguo hotel ocupado en Atenas y su única esperanza es que se concrete el permiso de reunificación familiar que les ha concedido Noruega. "Europa es una gran mentira", expresa con decepción en la mirada.
Lo que impulsó a Shuleka a tomar la decisión de abandonar Somalia fue el miedo. Ése que es todavía más fuerte que el miedo a perder tu propia vida: "Yo no podía ver la muerte de mis hijos". Nunca se hubiese perdonado permitir que las milicias convirtieran a sus hijos en 'niños soldado'. En España, "CEAR nos salvó la vida, si hubiéramos tenido que volver, ahora estaríamos muertos", explica con una sonrisa de gratitud.
Huir o morir. En esta disyuntiva se encontraba Alexandra cuando tomó la decisión de abandonar Honduras. De dos en dos, luego tres, cuatro, así hasta que en una sola semana aparecieron 20 cadáveres. Hasta 200 transexuales murieron o desaparecieron tras el golpe de Estado en Honduras en 2009. Si ella está viva es de milagro. Fue secuestrada y estuvo recluida casi un mes, la violaron unos 20 hombres y fue torturada de todas las maneras posibles. "Con un picahielo me pincharon en diferentes partes, incluidos los pechos, porque pensaban que eran prótesis".
Alexandra era activista de los derechos de las personas LGTB y lideró la organización LGTB Arcoiris en Honduras. En España se siente libre de poder manifestar su identidad sexual aunque piensa que todavía hay mucho camino que recorrer.
A Ovil también le violaron, tenía 15 años y fueron sus compañeros de clase, la amenazaron con subirlo a YouTube si se lo contaba a alguien. Estuvo a punto de quitarse la vida "porque ya sentía que estaba muerta". A ojos de su familia se merecía todo lo que le pasaba por ser transexual. En Bangladesh, el país donde nació, las personas LGTB pueden ser condenadas a cadena perpetua, así que decidió huir a Europa, pero en el trayecto no cesó la persecución, fue secuestrada por una mafia en Turquía y ahora está atrapada en Grecia, donde no ha dejado de sentirse discriminada.
Ser mujer y amar a otra mujer se puede convertir en un auténtico infierno en países como Venezuela. María huyó porque estaba viviendo una guerra social de rechazo promovida por su propio gobierno. "Conozco a personas que ahora están muertas a manos de colectivos del gobierno porque les gustaba vestirse de mujer". Ahora vive en España y sueña con producir sus propias películas de cine. "CEAR me ha dado la posibilidad de estabilizarme emocionalmente a través de mi profesión".
En el mundo hay algo más de 65 millones de personas que se han visto obligadas a huir de sus lugares de origen. Más de la mitad de ellas son mujeres y niñas como Olga, Adama, Nahid, Cheija, Dima, Lina, Somaya, Shuleka, Alexandra, Ovil y María. Mujeres de países, lenguas, religiones y sueños diversos que a diario luchan por la vida.
Sí, este 8 de marzo también les pertenece.
Comisión Española de Ayuda al Refugiado