Consejo de la CNSE - CNSE
Cada septiembre, la Semana Internacional de las Personas Sordas nos recuerda una verdad incontestable: no hay derechos humanos sin el derecho a la lengua de signos. Y, sin embargo, esta verdad continúa siendo ignorada, diluida o postergada por quienes tienen en sus manos la capacidad de transformar promesas en políticas reales.
Más allá de la conmemoración: el balance pendiente
En España hemos conquistado avances innegables. Tenemos un marco legal que, sobre el papel, sitúa a las personas sordas en el lugar que merecen como ciudadanas de pleno derecho. Estos logros son fruto de décadas de lucha colectiva, de la perseverancia del movimiento asociativo y de la valentía de muchas personas sordas que, a lo largo del tiempo, se negaron a ser invisibles. Gracias a ellas, España ha pasado de ignorar sistemáticamente las necesidades de esta comunidad a reconocer, al menos normativamente, su diversidad y riqueza lingüística.
Sin embargo, la experiencia nos demuestra que seguimos atrapados en una brecha dolorosa entre el reconocimiento formal y la igualdad real. La condescendencia se disfraza de inclusión. La accesibilidad se plantea como un favor, y no como la obligación que es. Y esa incoherencia tiene un precio: trayectorias vitales más difíciles, renuncias forzadas y abandono institucional.
La lengua de signos como bien común
Algunas/os todavía creen que la lengua de signos es un recurso exclusivo de las personas sordas cuando, en realidad, su presencia fortalece a toda la sociedad. No hablamos de un capricho identitario, sino de un patrimonio cultural y lingüístico que enriquece la diversidad del país. Proteger la lengua de signos significa proteger la democracia, porque solo una democracia que se reconoce plural puede ser verdaderamente sólida.
Un país que ignora sus lenguas se empobrece, lo sabemos bien. Pero también se empobrece quien margina a parte de su ciudadanía a vivir en un silencio impuesto, privándola de espacios de participación y decisión.
Del testimonio a la acción política
La Semana Internacional de las Personas Sordas no es, por tanto, una celebración cerrada sobre sí misma. Es una interpelación al conjunto de la sociedad. La igualdad no se conquista solo en los parlamentos: se construye en la calle, en la escuela, en las familias, en cada signo que reconoce la dignidad del otro. Y esa dignidad no es tal si no podemos ser nosotras mismas.
La pregunta que deberíamos hacernos todos y todas es sencilla: ¿qué sociedad queremos ser? ¿Una que tolera la desigualdad como algo inevitable o una que actúa con decisión para erradicarla?
En la CNSE lo tenemos claro: el futuro pasa por ir de las palabras a los hechos. Por apostar por la accesibilidad universal y reforzar la presencia de la lengua de signos en los medios, en la sanidad, en la justicia y en la educación. Por promover un cambio social y cultural que destierre la discriminación. Por diseñar políticas no solo para las personas sordas, sino con las personas sordas. Y es que la igualdad no se mide solo en leyes, sino en vidas que puedan vivirse en plenitud.
Por Roberto Suárez, presidente de la CNSE (Confederación Estatal de Personas Sordas)