Una camiseta del primer ministro Abiy Ahmed en la localidad de Debark - REUTERS / MAGGIE FICK
El Gobierno necesita preservar las virtudes de su vilipediado sistema de vigilancia ciudadana, tan opresivo como eficaz en las políticas a pie de calle
DEBARK (ETIOPÍA), 22 (Reuters/EP)
La llegada al poder en abril de 2018 del reformista primer ministro Abiy Ahmed ha acelerado la descomposición de las estructuras de control social en Etiopía, una bendición y una maldición en el país africano, una combinación de vigilancia ciudadana y asistencia vecinal de la que es necesario extraer sus mejores lecciones para impedir un resquebrajamiento de las promesas de desarrollo del mandatario.
El sistema conocido como "uno por cada cinco" comenzó a principios de la década de 2000. La idea consistía en garantizar el control de la población a través de sus propios conciudadanos, algunos de los cuales eran elegidos para "supervisar" las actividades de sus vecinos -- cinco, concretamente, por cada "vigilante" -- e informar de ellas a los responsables locales del entonces partido gobernante, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope.
El problema al que se enfrenta Abiy es que el "uno por cada cinco" no era un sistema completamente perverso. Estos "supervisores" funcionaban también como "presidentes de la comunidad", modelos de comportamiento e incluso facilitadores de bienes y servicios. Dado que gozaban de importancia para el partido del Gobierno, los vecinos podían acudir a ellos en busca de ayuda, alimentos, formación o trabajo.
La exsupervisora Ramat Husein mantiene que su trabajo "servía al pueblo", ayudando a las mujeres a conocer su derecho al divorcio, a facilitarles préstamos y a garantizar la distribución de las cartillas de racionamiento.
"Y me hacía muy feliz", añade desde su domicilio de Debark, a unos 500 kilómetros al norte de la capital, donde todavía conserva los informes personales de 150 vecinos: quién tiene problemas de dinero, quién tiene huérfanos a su cargo, o quién padece el VIH. Antes, Rahmmat era respetada. Ahora, sus vecinos se burlan de ella y la ignoran. "Ya nadie me escucha. Ahora todo es más difícil", lamenta.
POLÍTICAS DIRECTAS, SISTEMA DE CONTROL
Los apologetas del antiguo sistema defienden su existencia con cifras en la mano. Desde 1990 a 2003, el año en que entró en vigor el sistema, la mortalidad materna cayó un 11 por ciento. Desde 2003 hasta 2011, estas muertes bajaron un espectacular 50 por ciento, según datos del exministro de Sanidad Kesete Admasu. Representantes del antiguo Gobierno aseguran que, gracias a este sistema, Etiopía escapó de la hambruna endémica que convirtió al país en símbolo del Tercer Mundo durante la década de los 90.
Para sus críticos, era un sistema donde el miedo jugaba un papel fundamental: la concesión de favores a cambio de la entrega de información sobre la vida privada de amigos, compañeros o conocidos. Rumores convertidos en moneda de cambio.
"Era un sistema de control poblacional y de intimidación hacia los disidentes", acusa la experta en Etiopía del instituto de estudios CMI, Lovise Aalen, quien describe una estructura que "permeaba las vidas de los etíopes y dictaba su comportamiento en sus hogares, en su negocios, en los hospitales y en las escuelas".
Era un test permanente de lealtad, como el que atravesó el joven magistrado Gizachew Mitiki Belete durante lo que parecía un simposio en la ciudad de Adama. En el debate posterior, Gizachew descubrió que sus compañeros aprovechaban su turno de palabra para exaltar las bondades del sistema. Cuando se atrevió a recomendar cierta flexibilidad -- solo dejó caer que los jueces deberían tener la postestad de disputar ciertas facetas de la Constitución --, el grupo se le echó encima.
Un año después, Gizachew comenzó a protestar en público a favor de la libertad de expresión. Acabó despedido de su cargo y obligado a pedir asilo en Estados Unidos. Ahora es guardia de seguridad en Seattle.
El expolicía Fenta Marelgn recibió orden de arrestar a agricultores que no asistían a los talleres de formación -- y no podían porque estaban recogiendo sus cosechas --. Le dejaron un mes sin salario por negarse a acatarla. Dejó su trabajo poco después. "Acabas odiando tu trabajo", lamenta.
Para el actual jefe de la comisión para el servicio civil, Bezabih Gabreyes, el sistema del "uno por cada cinco" se convirtió en una perversión de buenas intenciones. "Empezó siendo un gesto noble por el desarrollo. Acabó siendo un fracaso", lamenta. El motivo principal de ello, en su opinión, fue la ruptura de la confianza de la cadena entre la población, los supervisores y los responsables políticos ante los que rendían cuentas.
"Acabamos mintiendo todos como bellacos", recuerda el exministro de Información Getachew Reda. La producción de cebada y trigo siempre superaba las predicciones y las campañas de vacunación llegaban a todas partes. "Todo mentira. Por eso la gente acabó enfadándose", lamenta.
RESTAURACIÓN PARCIAL
Todos los expertos coinciden en que es necesario que el actual Gobierno etíope preserve una faceta del antiguo sistema: su extraordinaria capacidad para imponer políticas a pie de barrio. Por poner otro ejemplo: desde la disolución del "uno por cada cinco", una tercera parte de los grupos de salud materna -- el Ejército para el Desarrollo de la Mujer -- han desaparecido.
"El problema es que el Gobierno ha perdido mucho control", explica un alto funcionario bajo condición de anonimato, "porque gran parte de la administración ha colapsado en algunos lugares del país".
De ahí que Abiy esté desarrollando mucha actividad en las redes sociales y otras estructuras públicas de Gobierno. "Resulta imprescindible que el primer ministro que implique con la población", asegura su portavoz, Billene Seyoum; la misma opinión que la experta en desarrollo de la mujer en Adis Abeba, Elshaday Kilfe. "Es imposible mantener esta clase de estructuras en un país democrático, y ahí reside el verdadero desafío", declara.