Los niños perdidos de la Bekaa

Los hijos de refugiados sirios en Líbano son niños invisibles para el sistema a uno y otro lado de la frontera

Líbano
Foto: EUROPAPRESS
     
Europa Press Internacional
Actualizado: lunes, 16 marzo 2015 21:25

   ZAHLE (LÍBANO), 16 Mar. (De la enviada especial de Europa Press, Rocío Martínez Posada) -

   La guerra siria ha robado la infancia a siete millones de niños. Cinco millones aún resisten bajo el fuego de unos y otros acumulando recuerdos que alimentarán sus pesadillas durante años. Otros dos millones han dejado atrás los combates para perseguir el sueño de una vida digna en los países vecinos, pero ha resultado ser un espejismo en el que están atrapados. Los cuatro años de conflicto amenazan así con cobrarse una nueva víctima: la generación perdida.

   Abdalá tiene 20 días de vida. Su madre, Fauzza, de 30 años, dio a luz tras un duro embarazo en el que tuvo que lidiar con las míseras condiciones del campamento de refugiados de Ghazi 9, en Zahle, una de las ciudades más importantes del valle de la Bekaa, a tan solo 35 kilómetros de la tensa frontera entre Líbano y Siria.

   "Estar embarazada en un campo de refugiados es sufrir", afirma Fauzza mientras mece al recién nacido en la chabola que tiene por casa. Dio a luz en un hospital local financiado parcialmente por las ONG que trabajan en la zona, lo que le permitió reducir los costes del parto a los 75 dólares de impuestos.

Líbano

   "Cuando fui al hospital a recoger a mi mujer y mi hijo me dieron una partida de nacimiento y me dijeron que la llevara al gobierno local para registrar a mi hijo, pero cuando llegué allí me dijeron que tenía que ir a la Embajada de Siria en Líbano", cuenta Adel, el orgulloso padre de Abdalá y otros cuatro niños.

   Este granjero de 36 años procedente de Idleb no puede registrar a su hijo en la Embajada de Beirut porque tanto él como su familia son refugiados ilegales. "Si fuera a inscribir a Abdalá, las autoridades (libanesas) nos cogerían. Así que la única prueba de que mi hijo existe es una partida de nacimiento", relata con pesar.

   Abdalá es uno de los 112.000 niños sirios que han nacido en los campamentos de refugiados. "No tienen identidad", denuncia Jaled, el shawish (jefe) de Ghazi 9. Solo en este asentamiento informal han nacido 60 bebés en el curso de la guerra, incluida su hija Shajed, de casi dos años, que revolotea entre la túnica de su padre.

   El shawish explica que incluso para los refugiados legales es imposible dejar constancia del nacimiento de sus hijos. "La ONU recomienda a los padres que acudan a las autoridades (libanesas) para seguir el proceso normal, pero cada registro cuesta 200 dólares. ¿Cómo vamos a pagar eso?", pregunta.

   Son niños invisibles para el sistema a uno y otro lado de las montañas que rodean el valle de la Bekaa, lo que les hace aún más vulnerables porque nunca disfrutarán de los escasos beneficios del estatus legal de refugiado, incluido el lujo de una educación básica.

Líbano

ZUMOS Y DULCES

   Jaled trabajaba como profesor de guardería en Hama, pero desde hace cuatro años es el shawish de Ghazi 9. Ahora, vela por la supervivencia de sus 600 refugiados ilegales, especialmente la de los 200 niños que deambulan a diario por el pedregal embarrado que hace las veces de calle sin más ambición que "jugar con la suciedad".

   Las autoridades libanesas niegan la educación a los refugiados sirios porque los currículum de los dos países son diferentes. Aunque algunos municipios, como Tiro, han buscado soluciones, con un turno de mañana para libaneses y otro de tarde para sirios, la mayoría de los 600.000 niños acogidos en la nación de los cedros lleva tanto tiempo sin ir al colegio como fuera de su hogar.

   Jaled se ha planteado recuperar su trabajo como profesor en el campamento de refugiados, pero la falta de recursos hace imposible cualquier aventura académica. No hay dinero para construir un colegio y comprar el material. Además, "¿Quién ayudaría a mi familia?", señala, recordando que es su única fuente de ingresos.

   La otra opción es una escuela cercana que sirve de referencia a cinco campamentos de refugiados en Zahle. "Para lo que hacen allí, no merece la pena que vayan", asegura Abdel Rasal. "Les dan zumos y dulces y les dicen que jueguen a las cartas", mientras los niños libaneses dan clase. Su hijo, Abdel Aziz, de 11 años, bromea y asegura que cuando sea mayor quiere ser "jugador de póker".

Líbano

LAS HIJAS DEL GRANJERO DE HAMA

   Arish y Mariam, de 13 y 11 años, llegaron al valle de la Bekaa hace dos. Solían vivir en una granja de Hama, en una casa con cuatro habitaciones, una de ellas para invitados, y un jardín. En Líbano, en cambio, comparten una chabola de dos habitaciones y una cocina con otra familia.

   Arish recuerda los intensos bombardeos que en 2013 empujaron a su familia a un viaje de 12 horas en autobús para cruzar la frontera hacia la localidad libanesa de Masnaa. "Antes todo era mejor", sostiene, confesando que echa de menos a sus amigas, aunque es consciente de que no volverá a verlas.

   "Me gustaría ser médico", revela mientras se ríe tímidamente, porque desde su huida de Siria no ha podido ir al colegio. Su vocación, según explica, obedece a la firme voluntad de evitar para otros el sufrimiento del que es testigo a diario en el campamento de refugiados.

Líbano

   Mariam extraña el colegio y el resto de su vida en Siria. Ella quiere ser profesora "de niños pequeños". Entretanto, ayuda a su madre con las tareas de la casa, que incluyen atender al nuevo miembro de la familia: una bebé de pocos meses.

   Su padre, Alewi, también siente nostalgia. Otrora un granjero adinerado, ya solo atesora una fotografía tomada en 2008 en la que sonríe rodeado de los cuatro hijos que tenía entonces. Es el único recuerdo que le queda de su antiguo hogar. Ahora repite la escena desesperanzado por el futuro de sus hijos.

   "Estamos preparados para sufrir hambre, estamos preparados para sufrir frío, pero no estamos preparados para tener una generación perdida", alerta el shawhis.

Líbano

Últimas noticias sobre estos temas

Contenido patrocinado