MADRID 10 Sep. (OTR/PRESS) -
Un buen ejemplo de coherencia nacionalista lo daba estos meses un pueblo de Flandes que prohibía el acceso los espacios de juego públicos a los niños que no hablaran holandés. En opinión del concejal o del alcalde de turno, si un crío es tan impresentable como para no saber pedir chocolate en la jerga de los nativos, no merece tirarse por un tobogán. Los nacionalistas suelen ser gente rancia, aunque solo sea porque siguen creyendo que las naciones están encerradas en terrones de tierra y que la mierda es de propiedad individual.
Un montón de voces se está alzando contra la globalización como si la culpa de nuestros males fuera de Fanny y Freddie, los dos monstruos que, en contra de la tradición liberal, acaba de nacionalizar el Tesoro norteamericano. Pero en los últimos meses las compañías de la cosa se han estado poniendo las botas vendiendo internet sin línea fija (73 millones de usuarios solo en China, siempre por delante) y cada vez hay menos terruños propios y menos campanarios solitarios. La nación, si existe, va por dentro, los internautas forman una nueva comunión de los santos y hay que ser muy brutos para creer que el campo tiene puertas. Naturalmente, ni la globalización de antes de la crisis solucionaba un misterio ni la localización va a dar aire a las finanzas. La nacionalización de Fannny y Freddie -la socialización de las pérdidas- ha hinchado la bolsa. Pero es porque, con crisis o sin ella, la bolsa es como un reflejo de verduleras histéricas.
Lo bonito sería que los niños de cualquier idioma pudieran subirse a un columpio, que Fraga no hubiera perseguido a Castelao en su propia tierra y que en Sevilla hubiera alguien que hablara catalán, aunque, como anotaba el Chaves del chiste, "e difisi". En todo caso, Internet y las parabólicas permiten a cualquier emigrante seguir la actualidad de la aldea y mantener su nivel de ilustración con los cotilleos de Telecinco. Maalouf, escritor francés pero del Líbano, nos hizo caer en la cuenta de que la globalización facilita la identidad local. Buruma, escritor holandés de varios orígenes, nos pide observar los barrios de emigrantes de las grandes ciudades, que no necesitan integrarse porque el mar de parabólicas que se ciernen sobre ellos les sirven non stop las imágenes y las prédicas de su pueblo y de su iglesia.
Con ese panorama abstracto y tecnológico, resulta raro que las montañas y los arroyos sigan suscitando guerras como la de Georgia y que, en el damero internacional, cada nación y cada parroquia busque aun su sitio a trompicazos. Las naciones recuerdan a los pasajeros de Ryan Air, que deben correr y propinar empujones si desean un buen sitio en el avión.
Agustín Jiménez.