MADRID 16 Feb. (OTR/PRESS) -
No se trata, claro, de comparar los 250.000 euros del arreglo del ya famoso pisito de Bermejo con la inmensidad del gasto público y, menos aun, con ese superávit del que tanto se habla y que, por lo visto, cubre todas las promesas electorales y aun sobra. El culebrón del alicatado y otras menudencias en el pisito de Patrimonio es más que nada una metáfora, la metáfora de la ofensa, del despropósito, de eso que tantas veces hemos denunciado muchos: la inmensa distancia que hay entre el Poder y el ciudadano y cómo, cuando se llega al Poder, se pierde la única perspectiva que no se puede perder en democracia: la de la calle.
Como la inmensa mayoría de los españolitos, no tengo el gusto de conocer ni al señor Bermejo, ni a la señora Trujillo ni al presidente del Gobierno. Pero todos -los citados y el resto de los que componen el Poder que es muy amplio- vienen de familias normales la mayoría, clase media, gentes que como usted o yo cuando tienen que reformar la cocina se lo piensan dos veces, echan cuentas, piden presupuestos, suprimen el horno pirolítico por uno normal porque la cosa se les dispara y no se pueden permitir caprichos y además hay que esperar una extraordinaria o pagar en incómodo plazos. Eso es lo que ofende, lo que daña en el caso del pisito ocupado por Bermejo.
Ofende que el dinero público -sea la cantidad que sea- se utilice como si fuera privado y ofende que se derroche de esa forma. Uno no tiene ni idea de lo que cuesta un avión de combate, un kilómetro de autovía o soterrar la M-30, pero justo han ido a caer en el sueño de muchos, en el esfuerzo de bastantes, en la necesidad común que tantas veces aparcamos: hay que reformar el piso. Y ahí no nos pillan por sorpresa y se pongan como pongan y te expliquen lo que te expliquen, ningún español entiende que se puedan gastar 250.000 euros en una reforma. Es tal disparate -insisto, para una familia media, no hablo de grandes fortunas- que sólo la cifra, sencillamente, cabrea. Es que son más de 40 millones de pesetas...
Y si ya la cifra cabrea, no digamos las explicaciones, los intentos de justificar lo que debería ser injustificable sino no se hubiera perdido la perspectiva de la calle: seguridad y abandono. ¿Es que las jardineras aumentan la seguridad del ministro? No es serio. Y menos serio aun que acusen indirectamente a la anterior inquilina, la ex ministra que nunca lo debió ser, la Trujillo, de poco menos que padecer el síndrome de Diógenes, tal es como pintan la situación de ruina del pisito en cuestión. La ministra, claro, está que fuma en pipa, pero no debería, porque ella se inició una reforma 130.000 euros en otro piso (cuánto piso libre) que ni siquiera llegó a ocupar nunca.
¿Pero qué pasa en este país? ¿Es que aquí llegas a ministro y tiras del dinero público para lo que sea sin que nadie pida cuentas? Y de inmediato te asalta la gran duda: si son capaces de estas frivolidades en el arreglo de pisitos, qué harán con los miles de millones que manejan y de los que disponen casi libremente. No puede ser, no es serio; pero ya lo hemos dicho tantas veces que cansa repetirlo. ¿Cómo es posible que luego no se les caiga la cara de vergüenza cuando en los mítines hablan de las pobre viudas o de los pensionistas casi indigentes o del impresentable salario mínimo? El arreglo del pisito ha costado lo que gana un mileurista en veinte años y ocho meses y esta cuenta, señoras y señores, no es demagogia sino un sencillo ataque de vergüenza democrática.
Andrés Aberasturi.