MADRID 12 Jun. (OTR/PRESS) -
Un trabajador ha muerto en Granada en una desdichada confrontación con otro trabajador en la huelga de los camioneros. Aquel era un "piquetero" que pretendía la solidaridad de éste. Por las buenas o por las malas. Pero éste quiso ejercer su libre derecho a trabajar. Desdichado el piquetero, ahora muerto, y desdichado el conductor insumiso, ya detenido y puesto a disposición de los jueces. Ambos son víctimas de un conflicto sectorial en el que los ciudadanos son tomados como rehenes de unas reivindicaciones de carácter económico que, según los huelguistas, dependen del Gobierno.
Por si los ciudadanos no estaban ya bastante agobiados por la escalada de los precios, el coste de las hipotecas y la amenaza del paro, los transportistas los convierten en los grandes damnificados de una huelga promovida por dos grandes patronales del transporte de mercancías, pero ninguna de ellas mayoritaria. Y, para colmo, el conflicto se salda con un muerto. Trágica consecuencia de un conflicto con enorme poder desestabilizador. Cuando menos podemos levantar acta de la incapacidad del Gobierno para mantener el orden público y garantizar el derecho a trabajar de quienes no quieren sumarse a la huelga, como era el caso del conductor de la humilde furgoneta de reparto que se llevó por delante al huelguista, Julio C. Soto.
Descontado el respeto debido al "piquetero" muerto en Granada por la brusca reacción de un conductor airado, los huelguistas han perdido la complicidad que pudo haberle dispensado inicialmente la opinión pública, después de haber bloqueado puertos, mercados, fábricas, carreteras y pasos fronterizos. Lo malo es que a la hora de escribir este comentario no se había llegado a ningún acuerdo entre los representantes de Fenadismer y Confedetrans, convocantes de la huelga, por un lado, y los del Gobierno, encabezados por la ministra Magdalena Alvarez, por otro. Mientras, aquellos mantienen la amenaza de que será un conflicto "largo y duro" si no logran esa tarifa mínima reclamada para cubrir esos gastos de explotación que se han disparado a causa de las subidas en el precio del carburante.
Todo ello, con ruido de cacerolas al fondo. Sí, porque esta huelga ha desatado el miedo al desabastecimiento y, además, ha aumentado la incertidumbre respecto a la capacidad del Gobierno para afrontar con firmeza el cuadro general de una cantada época de vacas flacas. Con esta huelga de los camioneros ya puede decirse que la crisis económica ha llegado a los telediarios y, por lo tanto, ha reforzado la alarma de la opinión pública ante esa etapa de escasez ya iniciada. Otra luz roja en el cuadro de mandos de Zapatero.
Antonio Casado