MADRID 6 Jul. (OTR/PRESS) -
El último debate sobre el Estado de la Nación ha evidenciado el acusado grado de improvisación que caracteriza la forma de hacer política de Zapatero. Cuando nadie lo esperaba y para sorpresa de propios y extraños, -no había mas que ver la cara de Solbes-, Zapatero se sacó de la chistera el conejo de los 2.500 euros por cada hijo nacido o adoptado, como la aportación más brillante y ambiciosa de su política de ayuda a la familia. Si la iniciativa hubiera sido consecuencia de un reflexivo y riguroso proyecto global, previamente consultado con los gobiernos autonómicos, y con variadas y decididas medidas de apoyo real a la familia y de fomento de la natalidad, el anuncio no habría sido acogido con sorpresa sino con enorme satisfacción. De la forma imprevista en que Zapatero comunicó su decisión se deduce que el presidente buscó con su golpe de efecto electoralista y propagandista el titular del Telediario y de los periódicos del día siguiente con el fin de anular aquellos otros derivados de su negativa a dar explicaciones en el Parlamento por las supuestas mentiras, claudicaciones y componendas que jalonaron el fracasado proceso de paz con ETA.
La forma de hacer política de Zapatero recuerda a los profesionales del periodismo que primero buscan el titular, cuanto más llamativo mejor, y después improvisan la noticia que lo justifica. Es lo que hizo el presidente cuando se sacó de la manga la carta de los 2.500 euros y Solbes puso cara de póquer, o sea de desconcierto, mientras Caldera, un día después, todavía no sabía la forma de hacer efectiva la promesa mediante un cheque, una transferencia o por deducción del IRPF. Por si hubiera alguna duda sobre la imprevisión y la ausencia de proyecto político que caracteriza la gobernación de Zapatero, no hay más que remontarse al Comité Federal socialista del pasado 9 de junio en el que José Borrell y Jerónimo Saavedra, alcalde de Las Palmas, apostaron por una decidida política de ayuda a la familia. En sus intervenciones sostuvieron la necesidad de buscar la convergencia con los países europeos que más apoyo le prestan y cuyo diferencial con España, casos de Alemania o Suecia, es superior al 85%. Ni la contundencia de los datos que ponían de relieve el desinterés de los partidos españoles por la familia ni las variables demográficas con sus curvas de envejecimiento de la población y de sus ridículos índices de natalidad, lograron convencer a un Zapatero que tildó de demagógicos los argumentos demográficos y rechazó cualquier iniciativa en ese sentido por no considerarla interesante. Veinticinco días después, sin embargo, Zapatero anunciaba en el Congreso, con el énfasis y solemnidad con la que suele adornar sus discursos, la "medida de gran alcance", como así la calificó. Una medida, en efecto, de gran alcance demagógico y propagandista fruto de otra de sus habituales improvisaciones.
Antonio Jiménez.