MADRID 7 Mar. (OTR/PRESS) -
Los estados de ánimo son determinantes de las expectativas electorales con una sutileza mayor de la que podría pensarse. Tan mala es la euforia como el pesimismo. Es la época de los medios de comunicación instantáneos que no dejar reposar las emociones y mantienen a todos en un tiovivo que los sociólogos llaman "acordeón". Cuando el ánimo se expande se enfrían las movilizaciones sólo porque los políticos basan sus apuestas en una preposición negativa: que no ganen los otros. Cuando parece que van a ganar los propios ya no se consideran necesarios todos los apoyos y entonces puede ocurrir que por desistimiento gane la opción contraria.
Tal y como están las cosas a Mariano Rajoy sólo le puede salvar la excesiva confianza de los votantes socialistas. Si se establece un estado de ánimo de que José Luis Rodríguez Zapatero tiene asegurada la victoria, muchos que sólo le votarían para evitar que ganara Mariano Rajoy se quedaran en casa o votarán a Gaspar Llamazares, que es el gran castigado de esta campaña electoral. Y sin embargo, para los votantes más progresistas cada voto a Llamares es de oro porque certificaría la necesidad de Zapatero de contar con él en detrimento de otras servidumbres nacionalistas.
El día de hoy es crucial para establecer el estado de ánimo idóneo para cada partido. El PSOE intentará mantener un clímax de incertidumbre para rascar el último voto que tenga la tentación de quedarse en casa o elegir otra alternativa distinta del PP. A Mariano Rajoy le interesa mantener la tensión de los suyos sin aspavientos porque la suya sólo podría ser una victoria sigilosa.
Nos queda esperar al domingo y estar atentos a los datos de participación. Si hay mucha afluencia a las urnas a mediodía, cuando se dan los primeros datos, los socialistas podrán respirar tranquilos. Si la afluencia es moderada, el PP tendrá su oportunidad.
Carlos Carnicero.