MADRID 22 Jul. (OTR/PRESS) -
El límite a la libertad de expresión es un punto indeterminado, situado en el universo de los derechos, donde se cruzan la independencia de la creación, el derecho a la libertad de opinión y la dignidad de las personas. En cada época de la humanidad ese lugar se ha desplazado en función del carácter autoritario de las sociedades, avanzando lentamente hacia la consolidación del respeto a la libre opinión y al derecho a la crítica, amenazado siempre por los poderosos.
El humor gráfico es insolente por definición porque trata de sintetizar en la exageración la critica social y política con un contenido humorístico. Sus blancos siempre son los personajes públicos. En muchas ocasiones esta forma de expresión es desproporcionada, irreverente y ofensiva. Los personajes públicos, como un daño colateral de su existencia pública, están más expuestos a la crítica y a la sátira y para defenderse siempre tienen a su disposición el recurso a la Justicia. No es casual que en las sociedades autoritarias, la sátira formulada en términos de humor sea el primer resquicio para censurar el poder. Los chistes contra los dictadores son iguales en todo el mundo porque la inteligencia popular sitúa el ridículo del autócrata en términos de humor como vía de escape de una libertad que no existe.
El secuestro del periódico El Jueves por presumir que su portada es delictiva es un hecho grave porque acota la libertad de expresión formulada a través de una representación que sin duda es grosera e inadecuada de los herederos de la Corona de España. El control de esa forma de expresión a través de la censura directa y más brutal, como es el secuestro de la publicación, abre necesariamente una polémica sobre los límites a la libertad de crítica.
La pregunta que queda pendiente para el proceso judicial es si se trata de una especial protección a la Corona, por ser los presuntamente injuriados miembros principales de la Casa Real, o es una nueva doctrina sobre la protección del honor y la divinidad de las personas aplicada al humor gráfico como expresión extrema y desbordada de la crítica social. En síntesis, si todos los personajes públicos van a gozar a partir de ahora de la misma protección y los humoristas los mismos límites.
Personalmente me parece un disparate este secuestro por tres razones. La primera porque ha conseguido el efecto contrario al deseado: la difusión universal de la caricatura ofensiva. La segunda porque sitúa a la Corona de España en el centro de la polémica sobre la libertad de expresión. Y, finalmente, porque consolida la pretensión de que hay cosas sagradas, como el profeta Mahoma y los miembros de la casas reales, que pudieran estar exentas de poder ser tratadas en la crítica y el humor como el resto de las cosas de este mundo.
Carlos Carnicero