Actualizado 21/03/2008 01:00

Charo Zarzalejos.- Incienso, mar y cerezos

MADRID, 21 Mar. (OTR/PRESS) -

Un buen amigo me ha confesado en más de una ocasión que no cree en Dios pero que le echa en falta. La última vez que se lo escuché fue en Sevilla, envueltos en incienso y ante la majestuosidad de un Crucificado que, de manera prodigiosa, dibujaba sus brazos abiertos y dolientes sobre la noche. Esa noche presidida por cirios, saetas y marchas procesionales.

Este año se ha lanzado a la aventura. Ha ido dando saltos y en Galicia se sobrecogió al escuchar el batir del mar sobre las rocas. Sonido inigualable que le estremeció y echo en falta a Dios. De ahí viajó al Jerte y allí se embelesó ante los cerezos en flor. Un inmenso lago de flor blanca que con puntualidad cartesiana engalana Extremadura. Como todo esto le pareció poco dio el salto a Valladolid y a Ávila y merodeó por Castilla, perseguido por los austeros cofrades y también sintió el escalofrío de la ausencia. "No creo en Dios, pero le echo en falta".

Y volvió a Sevilla, porque siempre se vuelve. El agua dejó a crucificados y vírgenes en sus iglesias. Aún así huele a incienso y a azahar. Y la gente se lanza a la calle. "Por ahí viene clarito". Y con el clarito en los cielos, recorren las calles a la búsqueda de la mirada penetrante del Cristo en su cruz, de la mirada amorosa de su Madre, guapa y serena, rodeada de cirios que la noche no apaga. Así ha sido siempre. Hay un punto de eternidad en el Cantábrico, en los cerezos en flor, en el silencio castellano y en el incienso sevillano.

Mi amigo que continua sin creer en Dios, no sabe por qué. Dice ahora que, ante tanto prodigio, ya no le echa en falta; pero vuelve a encontrarse con El. En todo lo que ha visto y sentido hay un trozo de cielo. La rutina nos amenaza, sin que el Cantábrico gallego modifique sus sonidos, a la espera del nuevo incienso y de los cerezos en flor. El misterio no se somete a votación.

Charo Zarzalejos.