MADRID 11 Jun. (OTR/PRESS) -
La crisis virtual del Gobierno, esa que no existe ni en el Parlamento, ni en Moncloa, ni en los Ministerios se ha convertido en algo real, tangible y palpable en la calle. La realidad ha sido tozuda y la huelga de transportistas, que ha provocado el colapso en las fronteras, la paralización de los puertos mas importantes, atascos interminables en el acceso a las grandes ciudades, amén de la "psicosis de los supermercados vacíos" le ha puesto una foto fija a la situación que es imposible de eliminar y mucho menos trucar.
El Gobierno puede sentarse y observar con tranquilidad y distancia lo que está ocurriendo, o ponerse manos a la obra cueste lo que cueste. Ya sabemos que cuando hay una huelga de estas características el tiempo es un arma fundamental y al gobierno no le queda tiempo para atajar un conflicto que se le puede ir de las manos por mucho que quiera parar el reloj, como si nada estuviera ocurriendo.
Ya no vale seguir utilizando el viejo truco de camuflar el lenguaje, apelar al raca-raca de que "estamos mejor preparados que otros países para afrontar el ajuste que se va a producir debido a las circunstancias internacionales" o afirmar, con solemnidad y boato, que esto que nos ocurre es solo un paréntesis en la buena marcha de la economía española. El lobo no es que venga, es que ya está aquí, y los ciudadanos estamos hartos de sentirnos caperucita. Es verdad que los transportistas tienen una ventaja añadida sobre el resto de los sectores porque saben que ellos solitos, si se movilizan, pueden paralizar un país de arriba abajo y de ahí su posición de fuerza.
Pero también lo es que el resto de los ciudadanos necesitamos visibilidad y nos sentimos invisibles, transparentes y abandonados a nuestra suerte cuando estamos padeciendo en propia carne lo que nuestros gobernantes niegan con rotundidad porque no quieren o porque no saben darle solución a la enfermedad.
Aunque al Presidente no le guste salir de su confortable spa político y parlamentario, la calle reclama soluciones aunque estas no sean fáciles. El dilema está en que si hace demasiadas concesiones al sector creará un inevitable precedente con el resto de los colectivos- que también sufren y mucho la subida de los carburantes- y sino lo hace la presión se puede convertir en insoportable. Pero ¿quién ha dicho que pilotar un país sea algo fácil? ¿dónde están escrito que mirando hacia otro lado, y llamando antipatriotas a los que no circulan a tu lado las cosas se terminan por solucionar solas?. Con esto del bolsillo, bromas las justas. Puede que a Zapatero no le guste llamar al pan pan y al vino, vino, pero lo que a nadie le gusta es tener lo justo, si es que se tiene, para poder comprarlo. Al ciudadano que a duras penas llega a fin de mes lo que menos le importa es que digan que lo suyo se llama desaceleración porque ni paga la hipoteca con un diccionario de sinónimos, ni pretende hacer un master acelerado de economía aunque sea en dos tardes. El común de los mortales quiere soluciones y las quiere ya y luego que las medallas políticas se las cuelgue quien sea.
Esther Esteban.