MADRID 9 Sep. (OTR/PRESS) -
Los personajes públicos suscitan siempre el interés, y por tanto el morbo, de la opinión pública. Sobre todo, claro está, en cuantos aspectos se refieran a sus vidas privadas, a la parte más oculta de sus existencias, a una intimidad a la que a mí me parece que tienen derecho, aunque ya sé que es cuestión controvertida jurídicamente: ¿prima la libertad de expresión sobre el derecho a esa intimidad? Al respecto hay jurisprudencia como para parar un carro y el debate sobrepasa, claro está, los límites de este artículo.
Cuanto más inalcanzable el personaje público, mayor pasión de los devoradores de intimidades. Y, así, los miembros de las realezas, los políticos más destacados, los financieros de fama mundial, suscitan bastante más curiosidad que, por ejemplo, algunos artistas y aledaños que viven precisamente de divulgar unas vidas privadas que hace tiempo que dejaron de escandalizar a nadie.
Por ello, me parece incluso lógico que el libro infame, que busca manchar la imagen de la Princesa de Asturias, haya encontrado publicidad gratuita en las páginas de algunos medios. No precisamente por su calidad -está pésimamente escrito- ni por los secretos que revela -ninguno, y sí contiene, en cambio, numerosas inexactitudes y alguna clara falsedad-, sino porque el personaje, doña Leticia Ortiz, tiene carisma, 'vende'. Estoy seguro de que, tras el relativo bombo que se dio en su momento al libro infame, ni siquiera se encontraban posiciones ideológicas hipotéticamente antimonárquicas; hemos llegado a tal grado de frivolidad que ya lo único que importa es eso: que un tema 'venda'.
No voy a entrar en el fondo del opúsculo, porque carece de otra hilazón más allá de la necesidad de dañar a la persona, a la mujer libre que fue antes de convertirse en lo que el destino le ha deparado, a la profesional del periodismo a la que conocí algo y aprecié por sus cualidades informativas, por su ambición de noticia. Tampoco criticaré que estos trabajos, presentados falsamente como periodísticos, encuentren editor y estanterías donde exhibirse: allá cada cual. Sí me parece cuando menos equivocado que una peculiar idea de la solidaridad en la profesión dé acogida a una obra carente de rigor, de técnica informativa y escrita por alguien que obviamente desconoce el léxico castellano y, más aún, su ortografía; al menos, la editorial podría haber corregido algo el texto...
Lo que, como monárquico crítico que me defino, y más aún como periodista de muy larga trayectoria, encuentro aberrante es la facilidad con la que alguien como quien ha podido perpetrar este texto -que nada tiene que ver con el necesario debate Monarquía-República, tan pendiente en este país- haya logrado introducirse en los circuitos librescos. Como si estuviésemos hablando de una obra seria, sea cual sea su orientación, que en este caso es lo de menos.