MADRID 12 Mar. (OTR/PRESS) -
Es el gran debate de hoy en esta sociedad cainita y binaria nuestra: ¿hay que pagar rescate a los secuestradores, económicos o políticos, de nuestros pescadores, de nuestros cooperantes, de los capturados por organizaciones terroristas como ETA? El tema es muy complicado, porque incluye valoraciones y consecuencias morales. Pero es un tema que, a la vez, se presta a ciertas hipocresías.
Hay estos días quienes pontifican situándose en posiciones radicales: "No hay que pagar porque ello engrosa las arcas de los terroristas y delincuentes para seguir cometiendo nuevas fechorías". No soy capaz de situarme en tan maximalistas posiciones, porque considero que hay que ponerse siempre en la piel de las víctimas y sus familiares. Colocarnos en posiciones de rigidez, como hizo en su día el Gobierno de Gordon Brown, puede provocar, como en ese caso ocurrió, el asesinato de un rehén, y no evita que los delincuentes cometan nuevos secuestros y, en su caso, nuevos asesinatos.
Lo razonable, lo útil, es más bien solucionar lo que haya que solucionar a corto plazo, incluyendo el pago del rescate, y buscar luego la manera de que estos delitos aberrantes no se repitan: armar a los pesqueros, tras el 'caso Alakrana', frente a los piratas somalíes es un buen ejemplo.
España y los Estados occidentales tienen la obligación de coordinarse para impedir que delincuentes comunes, que a veces se dan la pátina de fanáticos políticos, como es el caso de Al Qaeda del Magreb, campen por sus respetos, convirtiendo en peligrosísimas determinadas zonas del mundo.
Lanzarse ahora, como en algunas tertulias y foros políticos se está haciendo, a debates y especulaciones, cuando todavía dos compatriotas y otros europeos se encuentran en peligro, parece un juego periodístico y político altamente arriesgado y posiblemente nocivo y nosotros no queremos participar en él. Es el momento de confiar, y no queda otro remedio, en las gestiones de nuestro Gobierno, de los gobiernos a los que los ciudadanos hemos encomendado la resolución de este tipo de crisis. Me parece cuando menos frívolo el lote de recetas, tantas veces improvisadas, con el que nos invaden comentaristas y portavoces partidarios, siempre tan seguros, de que son ellos quienes poseen la verdad y nada más que la verdad. ¿Dónde está la verdad, cuando acecha el dolor?