MADRID 14 Abr. (OTR/PRESS) -
Suelo coincidir, en los pasillos del auditorio nacional, con un secretario de Estado que pertenece al ramo de los técnicos, que no de los políticos. Ha desempeñado una eficaz labor hasta el momento. El sábado, en el descanso entre Brahms y Mozart -una espléndida dirección, por cierto, de Frühbeck de Burgos- , me detuvo para preguntarme qué me había parecido el Gobierno recién alumbrado por Zapatero. Era el tema de conversación en todos los corrillos, pese a la calidad del concierto.
- Pues me parece lo mismo que a todos: que hay algunas cosas que no comprendo bien, que hay cosas buenas y malas y que habrá que esperar, aunque no tanto como cien días.
Y, claro, le interrogué a mi vez por su futuro personal. No estaba inquieto, sino expectante.
- Yo es que puedo ir a parar a dos ministerios, el de Innovación o el de Industria. Pero no sé nada, nadie me ha dicho nada.
Como tantos otros. Ya he comentado algunas veces que el signo de un Gobierno viene dado más por los 'segundos escalones' que por los nombres de los ministros, algunos, por cierto, bien desconocidos hasta el momento. Me importa mucho conocer quiénes encarnarán las secretarías de Estado, las subsecretarías, algunas direcciones generales significativas, la Fiscalía general del Estado y hasta las jefaturas de Gabinete y las asesorías de los nuevos (y de los viejos) miembros del Gobierno Zapatero. De la experiencia, currículum, edad y talante de todos ellos podremos deducir si esta legislatura se encamina a una era de pactos y diálogo o si va a ser una repetición de la anterior, con sus buenas dosis de improvisación y tensiones con el principal partido de la oposición.
Dicen -y yo acepto la cifra como suficiemente buena- que hay dos mil personas con razones para tener mejores expectativas de futuro y/o para temer por su puesto de trabajo cada vez que se produce una renovación de inquilino en La Moncloa. Esta vez no ha habido renovación, por lo que los cambios no serán tan drásticos como en los tiempos de Cánovas y Sagasta, máxime cuando muchos ministros continúan en el mismo puesto. Pero qué duda cabe de que, si no en dos mil casos, sí en un par de centenares hay despachos que van a cambiar de ocupante. Y eso va a ocurrir en las próximas dos o tres semanas, que estarán llenas de rostros nuevos en los periódicos y en las televisiones.
A mí no me deja indiferente, por ejemplo, saber quién va a ocupar la Secretaría de Estado de Comunicación, por poner un ejemplo que supongo que podría afectarnos a quienes nos dedicamos a la información. Como ciudadano, quisiera saber si la novísima ministra de Defensa procederá a cambiar al director del Centro Nacional de Inteligencia -muy cuestionado, me dicen, en 'la casa de los espías'- o si el instalado Rubalcaba mantendrá como responsable máximo de la Guardia Civil y la Policía Nacional a Joan Mesquida. O si el titular de Justicia quiere seguir contando con Cándido Conde-Pumpido en la Fiscalía General del Estado. Como español, pienso que no es baladí el nombre de quién será nuevo embajador en Washington, por ejemplo. O si la 'fontanería monclovita' va a seguir como está, o incorporará algunas novedades.
En suma, que la incertidumbre empieza cuando se producen las certidumbres sobre los nombres de los ministros. Este domingo, en las redacciones de los periódicos, encargadas de prever la cobertura informativa de las tomas de posesión de los nuevos ministros, reinaba el desconcierto: aún se ignora dónde se ubicarán algunos ministerios de nueva creación, por ejemplo. Habrá que imprimir nuevos membretes en tonelada de papel. Casi todo, en estos días de andadura de una nueva era -cada nueva legislatura es, en el fondo, una nueva era-, es inédito, y mira que el espectáculo se repite cada cuatro años.
Y ya digo: hay dos mil personas -más otros miles de ilusos que no tienen la menor posibilidad, aunque ellos no lo saben- aguardando la llamada para saber si tienen que colocar el retrato de la familia en un nuevo despacho, o si tienen que quitarlo del que actualmente ocupan. Como la vida misma, aunque en menor escala: aquí, la España de siempre está reducida a dos mil casos, como mucho.
Fernando Jáuregui