MADRID 9 Feb. (OTR/PRESS) -
Hace ya mucho tiempo que no figuro entre quienes se escandalizan ante los excedentes empresariales o bancarios. Me parece buena señal que ganen dinero. Una señal, desde luego, de estabilidad y prosperidad; que le vaya bien a Emilio Botín acabará repercutiendo en que nos vaya bien (aunque menos espectacularmente, claro) al conjunto de los españoles. Tenemos que alejarnos de cualquier tentación catastrofista, del permanente anuncio de que llega el Apocalipsis. Si Botín dice que esto va bien, que no hay que alarmarse, yo prefiero creerle. Me parece que las elecciones las ganará quien sepa transmitir a los españoles una sensación mayor de serenidad.
Serenidad.
Cualidad que, por cierto, me parece que está bastante ausente del debate político histérico en esta recta final hacia el 9-m. Ofertas poco meditadas, declaraciones sin tino y sin tasa, apertura de carpetas que ahora no hace ninguna falta abrir: que si revisaremos el Concordato, que si se instaurará un plan para los inmigrantes que no ha sido suficientemente debatido, que si se proclama un plan de choque (¿) para la economía ... Tengo la sensación de que empieza a cundir el desconcierto en el electorado ante tanto palabrerío que nos cae encima como un alud.
Ya sé que es más fácil estar sereno al anunciar unos beneficios de nueve mil millones de euros que padeciendo la condición de asalariado mileurista, o peor. Pero hay conductas que, aun no estando en las mismas circunstancias que los más favorecidos por la diosa Fortuna, debemos adoptar: la tranquilidad es esencial para la buena marcha de nuestros mercados y, como decía el filósofo -no recuerdo la paternidad exacta, pero la máxima mantiene su valor, independientemente de quién sea su autor--, en la serenidad se halla la base del éxito; en la precipitación, la semilla de la desgracia.
En suma (nunca mejor dicho), siempre nos quedará Botín.
Fernando Jáuregui.