MADRID 20 Nov. (OTR/PRESS) -
Comprendo que calificar a Mariano Rajoy de 'revolucionario', como yo propongo en el título de este comentario, puede parecer una 'contradictio in terminis'; pocos dirigentes menos proclives a cualquier revolución que este hombre, que llegó al poder, hace ahora exactamente dos años, declarándose 'previsible'. Luego, la verdad es que no lo ha sido tanto; circunstancias que ni él ni otros dirigentes europeos pudieron calibrar suficientemente en estos veinticuatro meses hicieron que Rajoy tuviese que tomar caminos insospechados, vulnerando no pocas de sus premisas y bastantes de sus promesas electorales.
Han sido, en suma dos años duros para el bolsillo del ciudadano, complicados para la estabilidad política, peligrosos para la unidad de la nación. Y, aunque sea cierto que una parte de todas estas desdichas puede atribuirse a la difícil situación heredada de los tiempos, tan remotos ya, de Zapatero, no es menos verdad que Rajoy, sus ministros y el partido que les sustenta no han sabido sintonizar ni simpatizar suficientemente con el electorado que les dio mayoría absoluta; las encuestas no les acompañan, aunque bien cierto es que tampoco lo hacen con los socialistas, principal fuerza de oposición nacional, seguida cada vez más de cerca por otras hasta ahora 'pequeñas', como la IU de Cayo Lara o la UPyD de Rosa Díez.
¿Por qué, pues, calificar de 'revolucionario' a alguien que, como el presidente del Gobierno, tan remiso está siendo a cualquier cambio -empezando por la más mínima remodelación de su elenco ministerial, donde tantos boquetes se aprecian-, a cualquier operación política, incluso las que entrañan un riesgo indudablemente menor que dejar pudrir los problemas? Bueno, lo cierto es que, ante este 20-n, segundo aniversario de su indiscutible victoria electoral, a Mariano Rajoy hay que reconocerle, junto a los indudables defectos y carencias, algunas virtudes.
Ha sorteado la espada de Damocles del rescate a España-país -aunque no hemos sabido, entre todos, hacer avanzar la 'marca España'-; ha superado la avalancha de ataques de los periódicos salmón occidentales, de las agencias de calificación, los acechos de una prima de riesgo que estuvo altísima y hoy no lo está tanto. Ha recuperado un cierto respeto en los pasillos de la UE, en los que, de todas formas, nuestra nación carece del protagonismo que sí tuvo con Felipe González y con Aznar. Ha sobrenadado algunas conspiraciones de salón en su propio partido. Y sigue, haciendo cambios, pero no 'el Cambio', manteniendo la cabeza por encima de las restantes formaciones. Más o menos por encima, aunque con un ochenta y tres por ciento de desconfianza entre la ciudadanía, dicen los sondeos, que añaden que lo de Rubalcaba, en todo caso, es aún peor.
¿Es la quietud, el ponerse de perfil, revolucionario? Seguramente no. Para mí, lo más revolucionario de Rajoy es el sentido de la permanencia y su independencia por encima de tantos intereses como acosan cada día a un jefe de Gobierno. En torno a Rajoy se desmorona el sistema bipartidista, se cuartean las más importantes instituciones, se agrava el eterno conflicto catalán, crece el número de parados, aunque ya no tanto como hace unos meses. Y él, impasible, como si fuese un lord británico, o galaico, paseando por Bond Street.
Me recuerda al chiste de aquel empresario inglés, cuya fábrica se quemó el viernes por la tarde: "menudo disgusto me voy a llevar el lunes", dijo el flemático hijo de la pérfida Albión. Para Rajoy, instalado en la fortaleza monclovita, inmune a las 'vendettas' de un Bárcenas que cuenta muchas vergüenzas internas, aborreciendo secretamente a los periodistas que cotillean demasiado, lo urgente es, como para Pío Cabanillas, esperar. Todavía no parece llegado ese lunes en el que otee el panorama y se lleve, quién sabe, un disgusto. O no, que diría el muy galaico.
Yo creo que, dos años después, el no-tan-revolucionario Mariano Rajoy tiene su revolución pendiente, que no es otra que liquidar definitivamente los residuos legales y sociológicos de un franquismo que debería haber sido del todo desmontado hace esos treinta y ocho transcurridos desde que, otro 20-n, muriese el dictador a quien nadie, excepto algunas idiosincrasias que permanecen, recuerda ya.
Lo que quiero decir es que, dos años después, Mariano Rajoy está casi inédito. Todo un récord para el libro Guinness.