MADRID, 21 Oct. (OTR/PRESS) -
Ya no se ven las huchas de los "negritos" que muchos recordamos de nuestra infancia cuando pedíamos para las misiones. Pero sigue viva, tal vez más que nunca, la necesidad y el papel de los misioneros en África, en Asia, en América, en Oceanía... Los misioneros son los únicos que no se van cuando el peligro llega al límite. Tienen que firmar en la embajada que renuncian a salir del país bajo su responsabilidad. No son mercenarios, son personas que, como ha dicho el Papa Francisco, "no hacen proselitismo, mantienen la llama que calienta el alma". El alma y el cuerpo, porque enseñan a buscar y filtrar el agua, educan, atienden hospitales, acompañan en la enfermedad, defienden en los conflictos. Trabajan en pueblos, en campos de refugiados, debajo de un árbol, en un cobertizo, con niños malnutridos, muertos de hambre, con graves enfermedades, pero, también muchas veces con pequeñas necesidades que unos cientos de euros podrían aliviar. Los misioneros son, lo dice uno de ellos, "la escoba que está detrás de la puerta" y también "la sombra de Dios que pasa y deja un poco de amor en una situación de extrema pobreza". La lucha por la vida.
Son 13.000 los misioneros españoles repartidos por 130 países, la mayoría mujeres. 54 por ciento, y sólo un 7 por ciento de laicos. España, denuncian algunos, no tiene, como otros países, una Ley del Voluntariado Internacional y además, excluyó a los misioneros del Estatuto del Cooperante por puras razones ideológicas, de forma que a los problemas económicos -las misiones se sostienen con el dinero de las colectas del Domund- se suman los jurídicos y un vacío legal. Cuando regresan los misioneros, sobre todo los que no tienen cobertura religiosa, lo han dado todo pero tienen nada.
Difundir el Evangelio -el amor, el dar sin esperar nada a cambio, la entrega, incluso, de la vida- choca con todos los problemas humanos, con el peligro de ataques armados, con el expolio de los Gobiernos, las carencias de todo, el dolor de los que sufren y no entienden la razón... A una misionera comboniana le decía un padre de familia: "Dios es el padre de los blancos. Dos de mis hijos han muerto porque no tengo un hospital cerca, los que tengo en casa tienen que andar 15 kilómetros para ir a la escuela y sin desayunar. Vosotros tenéis hospitales, medicinas, médicos, colegios. Vosotros podéis llamar padre a Dios".
El Papa Francisco dice que avivar la llama que calienta el alma es cosa de todos. La Iglesia, contra lo que algunos dicen, está creciendo -en los últimos treinta años, un 150% en África, un 50% en América, un 30 % en Asia, un 11% en Oceanía y un 5% en Europa- y las Iglesias nativas están tomando el testigo. Las misiones son universales y allí se unen españoles, mexicanos, vietnamitas, indios, italianos, ugandeses... Hay que seguir calentando el alma y el cuerpo de ese 47 por ciento de la población que se encuentra en territorios de misión y que apenas tiene para sobrevivir. Hay que ser comunidad misionera todo el año.