El secretario de Estado de Universidades, Miguel Angel Quintanilla, que de eso debe saberlo todo, acaba de decir en Santander, en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, que en la Universidad "es muy fácil ser un gorrón", y que eso es, al menos hasta ahora, una práctica "muy rentable", lo que no es más que la constatación de una realidad, aunque ésta sea grave y preocupante. Parece que se refería más a los que inician la carrera de profesores, amparados en la endogamia tradicional que premia a los mediocres antes que a los mejores, pero se puede aplicar, tal vez con menor transcendencia pero en mucha mayor cantidad, a los alumnos.
Los mejores expedientes que quieren dedicarse a la docencia y a la investigación pueden optar a becas o ayudas para ampliar estudios en otras Universidades o en algún centro de investigación. Cierto que están mal remuneradas y, en muchas ocasiones, no son más que un problema porque dilatan las posibilidades de trabajo futuro pero no garantizan ese trabajo. Pero lo peor es que los que se quedan, aunque sean peores, acaban agarrándose a un catedrático y un Departamento y acaban haciendo "carrera" y dificultando la vuelta o la contratación de los mejores. La verdad es que hoy apostar por quedarse en la Universidad está más al alcance de los mediocres que de los que quieren progresar de verdad porque la Universidad no forma sabios ni prepara para el ejercicio profesional. Ha reducido al mínimo su nivel de exigencia, está uniformizada, no es competitiva y no sabe cuál es su misión en el mundo de hoy. No es que de la Universidad no puedan surgir buenos profesores o profesionales de nivel. Es que si salen, es a pesar de la Universidad.
Pero donde hay más "gorrones" es entre los alumnos. No es su culpa, porque se lo permiten, pero alguien debería elevar el nivel de exigencia por dos razones: por el indispensable prestigio de la Universidad y porque los alumnos no pagan más que una pequeña parte de lo que cuesta su formación y ellos y los profesores cubren la mayor parte de sus gastos y de sus sueldos con lo que pagamos todos los españoles.
Alguien debería velar porque esos fondos se emplearan bien y no hubiera "gorrones" de ningún tipo. Lo son quienes tardan ocho años en estudiar una carrera de cuatro, sin que pase nada, o quienes alcanzan una categoría de profesor, ayudante o no, que no merecen o de forma irregular, cobran un sueldo que no se ganan y ayudan al desprestigio de la Universidad. Dice el secretario de Estado de Universidades que "para vivir dignamente no hace falta ser universitario". Pero es que la sociedad ha llevado a las Universidades a cientos de miles de alumnos que tienen dificultades para vivir dignamente.
Francisco Muro de Iscar