MADRID 11 Abr. (OTR/PRESS) -
José Luis Rodríguez Zapatero será investido presidente en la segunda vuelta. La derrota del pasado miércoles quedará registrada en el capítulo de anécdotas de nuestra historia democrática, porque nadie duda de que a la segunda irá la vencida. Se trata de un episodio paradójico si tenemos en cuenta que Zapatero ha sido el candidato que ha obtenido mayor apoyo popular en unas elecciones. Siendo legítimo que cada partido tome la posición que crea conveniente, también sería lógico plantearse si los usos parlamentarios no deberían acomodarse a las circunstancias para no dilatar en el Congreso, aunque sea sólo 48 horas, lo que millones de ciudadanos han dictado de manera contundente en las urnas. Pero cada cual gestiona sus poderes como cree conveniente.
El gesto del Congreso tiene, cómo no, valor político. Pero en su interpretación uno puede encontrar argumentos en uno u otro sentido. Se podría sostener que el primer rechazo deja al gobierno tocado de debilidad con la misma autoridad que podría argumentarse que la derrota es síntoma contradictorio de un gobierno que nace fuerte, libre de ataduras que puedan condicionar su acción durante cuatro años. Y en el otro lado, en el de quienes han utilizado su abstención como efímero dique, podría decirse lo mismo. Los grandes partidos nacionalistas podrán exhibir ante su clientela una fortaleza que, sin embargo, contrasta con un poder menguante en cada uno de sus territorios.
Pero las cosas son como son. Las pasadas elecciones han demostrado que, salvo catástrofe en el rival, los grandes partidos nacionales se tendrán que acostumbrar a gobernar sin mayorías absolutas. Nunca hemos tenido un Parlamento tan polarizado, PSOE y PP han sumado más votos que nunca y han obtenido un nivel de representación conjunta desconocido en la historia. Sin embargo, tanto uno como otro necesitarán de otras fuerzas para gobernar o para poner en evidencia a quien gobierna. Y eso es así hoy y lo será en el futuro.
Por eso, unos deberán comprender que todos pueden ser necesarios, sin demonizar a quien un día puede ser socio, mientras los otros tendrán que asumir que ninguno es imprescindible. El país que hemos heredado de nuestra historia y la organización que nos hemos dado cuando llegó la democracia establece estas reglas de juego. Quienes lo ignoran, yerran. También lo harán quienes pretendan imponer equilibrios que no han otorgado las urnas.
Isaías Lafuente.