MADRID 2 Feb. (OTR/PRESS) -
El portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, ha pedido el voto. Lo ha hecho en negativo, describiendo pormenorizadamente las condiciones que reúnen los proscritos, aquellos partidos apestados que no merecen el apoyo de un cristiano. El catálogo incluye asuntos seculares, como el aborto, el divorcio o las nuevas formas de matrimonio. Dado que Mariano Rajoy ya ha manifestado de manera diáfana que no tocará la actual regulación de la interrupción voluntaria del embarazo, ni el divorcio exprés y que, en todo caso, hará retoques semánticos en el asunto del matrimonio homosexual, siempre después de que se pronuncie el Tribunal Constitucional, a los católicos les queda la Falange o encontrar razones entre los decimales.
La apelación al terrorismo que hacen los obispos se despeja por sí misma, porque todos los gobiernos han hablado con ETA y ninguno de ellos ha considerado a la banda ni "representante político de un sector de la población" ni "interlocutor político", y eso sin tener en cuenta el papel intermediador que la Iglesia tuvo en las conversaciones del gobierno Aznar o el que hoy mismo asume en las conversaciones del gobierno colombiano con las FARC. Así que nos queda la Educación para la Ciudadanía, el único asunto en el que el PP se ha manifestado de manera diáfana por su derogación. Vamos, que la montaña parió un ratón.
La iglesia es una institución que difícilmente pasa la prueba del algodón en un Estado moderno. Su organización no tiene una estructura democrática, discrimina a la mujer, dice defender la familia pero impone el celibato a los suyos, realiza contrataciones laborales en virtud de la recta moral de sus trabajadores y no de su valía profesional. Si fuera un partido político, una empresa o una ONG no superaría el tamiz de la Ley de Partidos o de la Ley de Igualdad, tampoco el de la Constitución. Pero su Reino no es de este mundo. Es más, se ha apartado tanto de este mundo que ve con impotencia cómo se vacían sus templos, tiene que cerrar sus seminarios, a duras penas mantiene sus congregaciones sometidas a la gangrena de la escasez de vocaciones, no consigue que ni los suyos sigan su moral sexual, tampoco que marquen masivamente la crucecita de la declaración de la renta.
En fin, cada vez que habla la Iglesia para marcar el camino recibe una amplificación extraordinaria, pero quizás tendríamos que comenzar a preguntarnos a quien le interesa de verdad lo que dice Camino.
Isaías Lafuente.