Actualizado 14/10/2011 14:00

Isaías Lafuente.- El debate de la marmota.

MADRID 14 Oct. (OTR/PRESS) -

Parece mentira que un país tan costumbrista como el nuestro necesite tanto tiempo para consolidar una tan evidente como la celebración de debates televisados previos a las elecciones. A poco más de un mes de la cita con las urnas, no está decidido que vaya a celebrarse un cara a cara entre Rajoy y Rubalcaba. Y si no está despejado el qué, ni hablemos del cuándo, del dónde, del cómo y del con quién. Por razones bien distintas, seguramente los dos candidatos desearían no tener que someterse al trámite. Uno, porque con las encuestas en la mano tiene poco que ganar en el envite. El otro, porque a pesar de su capacidad dialéctica y de su experiencia en este tipo de confrontaciones se encuentra en una tesitura en la que difícilmente podrá eludir su condición de sparring y mostrar su capacidad de pegada.

Como siempre, los candidatos han mostrado su disposición pero han dejado en manos de sus aparatos la negociación de los pormenores. Es una forma de dormir la cuestión y dejar al albur de las exigencias del otro el posible rechazo final. Pero existe algo perverso en este repetido debate sobre el debate y es la consideración de que se está dilucidando una cuestión que es derecho de los candidatos, que pueden asumir o rechazar, cuando en realidad el derecho lo tenemos los ciudadanos. No está en la Constitución, ni en la Ley Electoral, pero resulta incomprensible que en la sociedad de la información los partidos y sus candidatos hurten a la ciudadanía una posibilidad así. Si se retransmiten los Debates sobre el estado de la Nación, si se dan en directo las sesiones semanales de control al Gobierno, si el fútbol en este país fue declarado de interés general, es difícil entender tamaño despropósito. Como difícil resulta asimilar que dos partidos que consensuaron en una semana una reforma constitucional tarden tanto tiempo en despejar una cuestión tan simple.

No sé si este tipo de debates contribuyen a elevar la calidad de nuestra democracia, lo que sí parece claro es que eludirlos y negárselos a los ciudadanos deja bien patentes algunas costuras que, quien sabe, quizás a lo largo del siglo, seamos capaces de restaurar.

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