MADRID 24 Oct. (OTR/PRESS) -
En Panamá se ha celebrado un nuevo congreso sobe el español. Académicos, escritores y especialistas han debatido sobre el futuro del libro y de nuevo han sonado las trompetas del apocalipsis sobre las amenazas del formato digital que, según los pesimistas, podría acabar a medio plazo con el tradicional de papel. Algunos lo consideran un drama, otros una oportunidad. Quizás los egipcios hace 5000 años mantuvieran vivos debates sobre el tránsito de la piedra al papiro, y siglos más tarde alguien pensaría que la evolución del rollo al libro de hojas mataría la palabra. Imagino que escribas y amanuenses habrían quemado con gusto la imprenta, asesina de su oficio. Y seguramente en el siglo pasado algunos escritores abominarían del teclado que desplazó las nobles plumas y los modernos bolígrafos. Ninguna catástrofe. Cada una de esas evoluciones sólo contribuyeron a hacer crecer la palabra, a democratizarla.
Los profetas están también preocupados por los nuevos lenguajes que germinan y proliferan en las redes sociales, en donde se manejan jergas sintéticas y a veces un punto desastradas y estrafalarias. Dejan de lado el pequeño milagro de que en nuestros días cualquiera, desde cualquier lugar, pueda difundir al mundo una idea, un pensamiento. Los buzones son virtuales y las palabras se escriben sobre cristal, pero a través de ellos, por fortuna, ya no solo recibimos frías facturas y notificaciones administrativas. La comunicación se ha hecho horizontal y quizás esa sea la preocupación que haga temblar a quienes controlaban el patrimonio de la palabra desde las élites.
Nunca tantos han escrito tanto ni han leído tanto en la historia de la humanidad como en nuestros días. Esa es la buena noticia. Y frente a ella, el resto de las preocupaciones -ciertas y fundamentadas- y de los problemas, que habrá que resolver con más y mejor educación, como siempre, parecerían tener un carácter secundario.