MADRID 31 May. (OTR/PRESS) -
Rajoy hizo gala este pasado miércoles un optimismo extravagante al analizar los datos del último informe de la OCDE que elevaba la caída de nuestro PIB y la previsión de la cifra del paro, que podría alcanzar el 28% en este año. Dijo el presidente que el diagnóstico tenía una nota "muy positiva", a saber, que "hemos tocado fondo". Tampoco está mal la interpretación del último balón de oxígeno proporcionado por la Unión Europea que nos permite aplazar nuestros objetivos de déficit un par de años y suavizar en un par de décimas lo establecido para éste a cambio de completar la reordenación -léase merma- de las pensiones y la reforma laboral y de elevar impuestos como el IVA en 2014. La prórroga es para nuestro gobierno la prueba del reconocimiento europeo a una España que está haciendo bien sus deberes. Es una forma de verlo, salvo que los deberes de nuestro gobierno, proclamados una y otra vez por el presidente, eran precisamente cumplir con nuestros compromisos.
La evolución de la crisis y la crudeza de los datos de las previsiones no pueden alimentar optimismo alguno. Son más bien la crónica de un doble fracaso de la Unión Europea y de nuestro gobierno por impulsar medidas unos y por aceptarlas, los otros, que no solo han resultado perfectamente inútiles para frenar la caída al abismo sino que la han impulsado. La tasa de paro imparable, la caída del consumo, el empobrecimiento global de los ciudadanos, el cierre masivo de empresas, el estrangulamiento del crédito, la salida de nuestro país de jóvenes expulsados por la ausencia de perspectivas laborales son algunas de las consecuencias de unas políticas de austeridad que nos están llevando al estrangulamiento.
Y mientras estas cosas suceden, con millones de dramas personales asociados imposibles de reflejar en una estadística, los gobiernos de Europa y de España se dedican a medir y a exhibir con orgullo los decimales del déficit, evidenciando que el déficit más preocupante en estos momentos no es el económico sino el político.