MADRID 18 Jun. (OTR/PRESS) -
Una juez ha condenado a Federico Jiménez Losantos por vejar, injuriar y faltar a la verdad en la sentencia -recurrible - que resuelve la querella que hace dos años interpuso Alberto Ruiz Gallardón contra él. El alcalde soportó durante meses que el locutor le llamase farsante redomado, lacayo, calamidad y desleal, pero su capacidad de aguante no dio más de sí cuando Losantos dijo que le daban igual los 191 muertos de la masacre del 11M y aseguró que el alcalde hacía lo posible por tapar la verdad sobre ese atentado "con tal de llegar al poder".
En realidad, sobre este preciso asunto, Losantos es el símbolo de ese ejército político-mediático que durante años han estado sustentando contra la realidad la llamada "teoría de la conspiración", y Gallardón el símbolo de tantas y tantas personas que, considerados traidores y especie de cómplices de los terroristas por aquellos, han tenido que soportar el insulto por defender la racionalidad y la legalidad.
La juez considera que la factura con que el locutor debe saldar sus desmanes asciende a 36.000 euros, y Losantos ha afirmado que si ese es el precio su chequera da para seguir en sus trece. Con su actitud no solo manifiesta absoluto desprecio a la justicia, al derecho al honor de las personas y a los principios básicos de una profesión noble, sino que además verbaliza la línea medular de un modo de ejercer el periodismo, no exclusivo de este radiofonista, según la cual todo vale mientras el precio de la injuria no afecte a las cuentas de resultados. Y cuando la ética se sitúa en los balances, en cualquier profesión o negocio, la degradación no ha hecho más que comenzar.
Pero la responsabilidad de Jiménez Losantos es compartida. Este locutor trabaja para una empresa propiedad de la Iglesia Católica que entre sus divinos mandamientos establece el de no levantar falso testimonio ni mentir. También fija como requisito básico para el perdón de los pecados el propósito de enmienda. La condena judicial y la reacción posterior del condenado dejan claro que a Jiménez Losantos tanto le da el honor de Gallardón como los sagrados principios de sus empleadores.
En estas circunstancias, no es extraño que el cardenal de Barcelona, Luis Martinez Sistach, se haya mostrado contrario a la renovación de Losantos porque su programa "no fomenta la concordia ni la serenidad, sino la agitación y la crispación; contribuye a la desafección de muchos católicos y dificulta y perjudica la labor de la Iglesia". Lo extraño es que esa postura no sea un clamor entre los obispos.
Isaías Lafuente.