MADRID 7 Ago. (OTR/PRESS) -
Ése es el dato que arroja una encuesta de Sigma Dos que ha publicado el diario 'El Mundo' dentro de un repaso que viene haciendo a treinta años de democracia. Según tales datos, son más los españoles que señalan la etapa actual que los que se inclinan por la era González. Para el 97 por ciento, la corrupción sigue siendo un problema. El 57 por ciento liga esta clase de problemas a la construcción y el 62 por ciento a los ayuntamientos. Eso sí, el 72 por ciento considera que la corrupción se ha descentralizado, por razón de que los ayuntamientos, y en particular sus áreas de urbanismo, atraen esa lacra social. Los encuestadores hacen elegir a los encuestados entre la política, la Justicia y los medios de comunicación, y hay mayoría en señalar a los políticos como más sospechosos de este pecado.
Es evidente que en los últimos años ha habido unas cuantas localidades que se han llegado a considerar modelos o ejemplos de casos de corrupción evidentes y hasta masivos: Marbella es, hoy por hoy, la que se lleva la palma, desde que Jesús Gil y su partido, el GIL, irrumpieron en aquella feliz y próspera ciudad del turismo internacional. Gil tuvo formidables seguidores en el vaciamiento de las cuentas municipales, y en nuestros días, está por ver hasta qué punto Roca, el asesor de urbanismo e inductor y proyectista de todos los desmanes, tira de la manta y nos da conocer lo que ya nos contaron y lo que aún ignoramos y él mismo nos negó en declaraciones anteriores.
Gil, Roca, Marisol Yagüe, García Marcos, Julián Muñoz y hasta la tonadillera, entre muchos más, se han visto salpicados, rozados o tenidos de esos males y de sus prósperos beneficios. Y de Marbella, saltó el pecado a unas cuantas localidades limítrofes y a otras mucho más alejadas, desde Seseña a Ciempozuelos, desde las Baleares a las Canarias. No ha habido Autonomía sin tacha. Cabe la pena recordar la exigencia de 'el tres por ciento catalán' tras hundirse el túnel del Metro en el Carmel. Pero parece que no caben dudas de que la corrupción municipal ha sido, en los últimos años, el gran problema de la corrupción nacional, como en otro tiempo pudieron llegar a ser escándalos no menos sonados como los de Luis Roldán, Filesa, o los Fondos Reservados. Sí da la impresión de que se ha bajado de nivel: de los escándalos en la primera línea del Estado o del partido gobernante, hemos pasado a gobiernos municipales de toda naturaleza y color político.
¿Es cierto que tenemos más corrupción de la que nunca hubo? Probablemente no hay contabilidad científica y exacta sobre el particular. Incluso da la impresión de que, tras esos escándalos urbanísticos, y acaso por la llegada de la crisis inmobiliaria, se tiende a una rebaja sustancial de aquellos fervores tan lucrativos de hace sólo tres o cuatro años. En todo caso, sí es posible llegar a una doble conclusión sobre las causas: de una parte, la afición muy extendida a los grandes y muchos dineros, aunque vengan o tengan que venir de sitios no santos. Y en segundo lugar, la necesidad siempre apremiante de los partidos por satisfacer sus propias necesidades ante las sucesivas e interminables campañas electorales, con tantos asesores y expertos.
José Cavero