Envidio a las personas que lo tienen todo claro, que no dudan, que son capaces de sentenciar sobre cualquier cosa sin pestañear. También las temo. Sí, las temo porque sus certidumbres pueden tener la tentación de convertirlas en verdades para todos los demás. Por eso confieso que me dan miedo esas organizaciones en pro de la eutanasia, que trasladan sus certidumbres a personas desesperadas.
Y es que el caso de Inmaculada Echevarría ha vuelto a provocar polémica entre quienes se muestran abiertamente partidarios sin más de la eutanasia y quienes la rechazan.
Inmaculada deseaba morir, no quería continuar atada al respirador que la mantenía con vida, y un Comité de Ética dio su opinión favorable a que pudiera retírasele el respirador. Creo que nadie debe de ser objeto de encarnizamiento terapéutico, que tenemos derecho a morir dignamente y en paz, pero la cuestión es dónde y cómo establecer la frontera. ¿Era el caso de Inmaculada?. Sinceramente no lo sé.
Me da miedo que la eutanasia se termine convirtiendo en una herramienta para que algunos se deshagan de quienes le molestan: sus mayores. Me da miedo que alguien caiga en la tentación de decidir legislado qué vida merece la pena vivirse y cuál no. Me da miedo que no sea el enfermo el que decida sino que decidan por él. En la Suecia admirada y civilizada de entre guerras, la aplicación de la eutanasia se convirtió en un horror del que posteriormente se han arrepentido.
Por eso no creo que se pueda legislar así como así sobre la eutanasia, porque es abrir una puerta al abuso y a lo desconocido.
Morir dignamente sí, morir sin dolor sí, pero la cuestión es establecer el cómo y cuándo. En mi opinión debería de ser cuando una persona está en situación terminal, sin remedio. En todo caso, el debate está ahí y me da miedo que en este país que padece del mal de querer ser más modernos que nadie, se decante por la eutanasia sin más. Sí, me da miedo.
Julia Navarro.