MADRID 29 Oct. (OTR/PRESS) -
Richard Nixon dejó de ser presidente de Estados Unidos por mentir. Barack Obama ha mentido a sus aliados y socios europeos, pero no por ello dejará de ser presidente de Estados Unidos, porque a sus ciudadanos las mentiras hacia el exterior les parecen exculpables. Pero el problema no es que Obama se enquiste en el perverso principio de que el fin justifica los medios, sino en que, bajo ese mantra exento de ética, se guarezca una traición, alta traición, a sus ciudadanos.
Me explico. Los recursos tanto tecnológicos como humanos son limitados. Si una parte del espionaje y vigilancia del terrorismo lo desvías o lo comprometes en análisis de operaciones financieras y económicas para que las empresas de Estados Unidos puedan obtener prioridades o acudan a las licitaciones con el ventajismo de las cartas mercadas, restas eficacia en la lucha contra el terrorismo.
Este perverso espionaje a la comunicaciones, que no distingue enemigos de aliados, ha tenido que debilitar la lucha antiterrorista, porque si un espía ocupa su tiempo en almacenar y clasificar material de índole económica, está claro que deja de vigilar el campo del terrorismo. Este vicio consentido por Obama proviene de Bush, y cabe preguntarse si los servicios secretos norteamericanos no supieron prevenir el atentado de las Twin Tower, porque estaban acopiando datos que podrían favorecer o perjudicar a la Texaco, la General Motors o la IBM. Sería desastroso. Sería terrible. Es como si a un guarda jurado le entran los atracadores en el local que tiene que vigilar, porque está preocupado rellenando una quiniela que le puede proporcionar un premio o trabajando para otro empresario.
En este pandemónium de los servicios secretos, los nuestros, los españoles, también se dedicaron a espiar a presidentes de clubes de fútbol, como Ramón Mendoza, o presidentes de empresas, como Manuel Pizarro. ¿Por eso no se enteraron de los preparativos de la matanza de Atocha? Es una hipótesis. Como la de la agencia norteamericana. Pero sería dramático que por tratar de defender los beneficios de un laboratorio farmacéutico de Houston, hubieran tenido que morir centenares de personas en Nueva York. En ese caso lo fundamental no hubieran sido las mentiras de los presidentes, sino su imperdonable traición.