MADRID 15 Nov. (OTR/PRESS) -
Con la recesión en los talones o ya en el alma, como es el caso de Alemania, se celebra la cumbre mundial de Washington, en la que se depositan esperanzas sobre su utilidad en la lucha contra la crisis, a sabiendas de que hace falta mucho rigor y mucha seriedad para que de allí salgan recetas útiles que luego puedan ser aplicadas de forma realista. Como los españoles somos únicos para todo, la cumbre viene precedida de una absurda y prolongada polémica en torno a la participación del Gobierno nuestro y a la forma que habría de adoptar la misma. Pero casi nadie se ha molestado en resaltar que si España hubiera pertenecido al G-20 no habríamos tenido ningún problema para estar allí de pleno derecho. El G-20 se constituyó en 1999 y el Gobierno de entonces, presidido por José María Aznar, no hizo el más mínimo esfuerzo por introducir a España en aquel foro, tal vez por pensar que no servía para nada, o que era poco para nuestra grandeza, o que la amistad del presidente español con el americano era suficiente para salvar todos los obstáculos.
No se tiene noticia de que ahora Aznar haya gestionado ante Bush nada parecido a un apoyo al actual Gobierno español para la empresa de estar en Washington. Del PP lo único que ha llegado ha sido un bombardeo de improperios y de culpabilizaciones a Zapatero, dando la razón en todo momento a la resistencia de Bush a invitarnos, hasta que el peso de Sarkozy y de otros mandatarios, junto al incansable tesón del propio Zapatero, han conseguido esa especie de milagro. Al final ha sido Rajoy el único de su partido que ha mostrado con cierta credibilidad su apoyo al Gobierno español. Una muestra más de la que nos esperaría en el caso de que en ese partido dieran la patada a Rajoy e instalaran a otro personaje, con la excepción de Alberto Ruiz-Gallardón, claro. Entre el sábado y el domingo sabremos algo sobre lo realmente sucedido en la cumbre y hasta entonces hay motivos para contener la respiración. Nunca tan pocos pudieron hacer tanto por la salvación y el equilibrio económico de tantos millones de ciudadanos del mundo.
Pedro Calvo Hernando.