Hace cuarenta años se hablaba mucho del "peligro amarillo" en alusión a la China de Mao, cuando, en puridad, aquella China no representaba peligro ninguno, excepto, y mucho, para los propios chinos.
Por el contrario, hoy, que sí lo representa por diversas razones, los titulares de prensa evitan escrupulosamente lo del "peligro", aunque no hay noticia procedente de aquél país que no suscite un poco de acojonamiento, siquiera por el hecho de que la inminente llegada del habitante siete mil millones al planeta será, casi seguro, como ya lo son la cuarta parte, chino.
Sin embargo, el "peligro" no radica, aún radicando bastante, en la imparable pujanza demográfica, económica o militar de China, sino en la de un invento suyo que a punto está de cumplir dos décadas y que el actual Congreso del Partido Comunista va, sin duda, a perfeccionar: la dictadura del proletariado capitalista.
Ese cuento chino (disculpe el lector, por amor de Dios, la chabacana licencia) de "un Estado, dos sistemas", esto es, un régimen político tiránico, despótico, totalitario, en perfecta connivencia con un régimen económico capitalista y "liberal" en su apócrifa acepción moderna, constituye la realización absoluta del sueño de los ricos capitalistas y las multinacionales, que con ello no sólo se aseguran la sumisión por la fuerza de los trabajadores de toda clase, sino que, por otro lado, les permite explotarles a fondo para sacarles, seguidamente, hasta el último real de lo que ganan.
La exportación de ese modelo, ya bastante avanzada, sí que es el verdadero "peligro amarillo", una amenaza en trance de cebarse con la humanidad de todos los colores.
Rafael Torres