Actualizado 03/09/2007 16:20

Muertos vivos

El tópico según el cual los que nos dejan siguen vivos no es, ciertamente, de los más afortunados, pero la huella que se deja en el mundo ( hijos, libros, goles, películas...) es, posiblemente, la única clase de inmortalidad a la que podemos aspirar, y aun esa se desvanece cuando sobre ella sopla, y siempre acaba soplando, el viento del olvido.

Sin embargo, sobre nuestros muertos célebres más recientes, Emma, Antonio y Francisco, no sólo no ha soplado aún viento ninguno, sino que recién empezamos a creer que aquello que les animaba ha huido, para siempre, de ellos.

El mundo está lleno de muertos recientes, pero estos tres eran de la familia, y, cada uno con lo suyo, nos ayudaban a ser lo que somos y, desde luego, a aligerarnos del peso, a menudo insoportable, de la existencia. Cada uno de ellos, sin embargo, escondía la tragedia que hoy se publicita elegantemente en los obituarios: Emma Penella la del padre terrible del que quiso huir, como sus hermanas, cambiándose el apellido; Francisco la del hijo arrebatado por una muerte inasumible; Antonio, el futbolista, la de estar condenado a morir a esa edad en la que se disfruta absolutamente de todo.

Cada uno escondía su tragedia, la una proyectando a chorros su humanidad excesiva; el otro escribiéndose, idealizándose, estilizándose, inventándose todos los días; y el chico del Sevilla, bebiéndose a grandes tragos el aire de todos los estadios, hasta que le faltó el aire precisamente un día. ¿Siguen vivos? El tópico bastante hace con afirmarlo, pero no puede cambiar de veras ni la realidad ni el destino. Eso sí; los tres vivieron, que ya es mucho.

Rafael Torres