MADRID 12 Jun. (OTR/PRESS) -
El miedo, convertido en psicosis, induce al acaparamiento, y éste, a su vez, a la escasez y a la carestia. Lo que sin miedo se resolvería en lo que tarda en normalizarse el flujo de mercancías, con miedo, con psicosis, se vive con el ánimo arrugado, circunstancia que aprovechan los pescadores en río revuelto para estirar el suyo y su cuenta de beneficios. Sin embargo, pese a que la distorsión económica y social que está produciendo la huelga de transportistas es llamativa, e incluso algo pavorosa por cuanto revela la extrema fragilidad psicológica de nuestra sociedad, lo que debería dar miedo de veras es la trama abiertamente antisocial de los gobiernos de Francia e Italia que ha forzado la extensión de la jornada laboral en Europa hasta, en algunos casos, las 65 horas semanales.
La huelga de camioneros concluirá, los productos volverán a las estanterías de los comercios, las piezas a las fábricas y los recambios a los talleres, pero la norma comunitaria que abola la mayor conquista histórica de los trabajadores, la de la jornada de ocho horas (un tercio de la vida, que ya está bien), seguirá ahí si la ciudadanía de Europa, rebelándose contra esa medida tan regresiva como brutal, no lo estorba.
Pero la tal directiva que arroja sobre Europa las heces del capitalismo más salvaje, también arroja sobre ellas las del esclavismo sin tapujos consagrando la "libertad de elección" del trabajador, que en la práctica equivale a la libertad del empresario a hacer con él lo que quiera y a imponerle las condiciones (leoninas) que estime convenientes, pues le aisla de los otros trabajadores y le desnuda de toda fuerza reivindicativa y negociadora. España, que el martes nos dió la alegría de su buen fútbol, nos da también en ésto la alegría de oponerse, y en solitario, a semejante desafuero.
Rafael Torres.