Actualizado 12/05/2012 14:00

Rafael Torres.- Al margen.- Un banco en su vida.

MADRID, 12 May. (OTR/PRESS) -

Se conocía el aborrecimiento del Sistema hacia el ahorro de los particulares, esa esforzada práctica que manumite y libera, en parte, al siervo, al esclavo, pero hasta ahora no se ha sabido en detalle a qué extremos había llegado esa aversión: Bankia, heredera y trasunto de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, emporio institucional de administración y custodia de los ahorros de la gente, se dedicó en los últimos años, básicamente, a fundírselos, a evaporarlos en combinaciones especulativas que tenían, sí o sí, que acabar mal. No es casual, como se ve, que la misma clase política que hoy acude en su rescate, con el poco dinero que les queda a los españoles y retrayéndolo de las necesidades básicas de educación y salud, sea la que la despeñó por las abisales quebradas del despilfarro.

Según la reciente reforma de urgencia del sistema bancario y financiero, anunciada al término del Consejo de Ministros, los clientes de Bankia y del resto de entidades financieras no tienen nada que temer, equiparándose en punto a sosiego a los que, con mejor juicio, guardaban sus ahorros en un calcetín. Dicho así, "clientes", diríase que los amenazados hasta hoy por tan brutal exacción, atraco más bien, son ciudadanos de pelas que se entretenían especulando en Bolsa o invirtiendo sus caudales en productos dinerarios de feraz y alegre rentabilidad, cuando lo cierto es que se trata de gente, unos once millones de personas, a la que el Sistema obligó a poner un banco en sus vidas, y más concretamente entre ellas y sus ahorros.

Desde el cobro de la mísera pensión al de la nómina, no menos mísera por cierto en tantos casos, o desde el pago del recibo de la luz al de la tasa municipal de la basura, todo, absolutamente todo, estaba y está obligado a hacerse a través de esos inquietantes establecimientos a los que, al parecer, no venía controlando nadie. De las fatigas del jubilado y del esfuerzo del trabajador, de sus menguados ahorros, sacaban los directivos de las cajas, políticos en muchos casos, sus brutales emolumentos y sus retiros millonarios. La Cleptocracia, descontrolada, se volvió loca, y ahora, en el frenotápico, no da razón del paradero del botín.