Actualizado 07/06/2008 02:00

Rafael Torres.- Al margen.- La memoria del hambre

MADRID 7 Jun. (OTR/PRESS) -

Los pescadores andan regalando el pescado a la gente en el curso de sus movilizaciones contra las subidas del combustible y la inacción del gobierno, pero, regalándolo y todo, no están perdiendo con ello mucho más dinero que cuando se lo venden al primero de la cadena de intermediarios que parasitan el duro trabajo del mar. El kilo de pescadilla por el que los pescadores cobran un euro, euro y medio el día que más, se vende al consumidor, en los mercados, a siete u ocho, de modo que la crisis del petróleo, es decir, la decisión de los productores y manipuladores del mismo de hacerse más ricos si cabe, no afecta por igual a todos, al pescador y al intermediario, pues mientras el segundo la nota porque se forra un poco menos que antes, el primero la percibe en todo su espesor cuando comprende que no le merece la pena (o sí, sólo eso, la pena) salir a faenar.

Los pescadores, pues, regalan el pescado a la gente, entre la que se produce, por cierto, un fenómeno asombroso y digno de ser estudiado en profundidad por los sociólogos: ¡Esas violentísimas peleas de jubilados por pillar un jurel! Debe ser cosa, ciertamente, de la memoria del hambre, de la huella de las privaciones pasadas, pues, aunque raquíticas, las pensiones suelen llegar para un jurel, pero ayer, entre la ciudadanía que se agolpaba ante uno de los camiones de reparto gratuito de pescado, una señora, posiblemente tan jubilada y tan pobre como las que forcejeaban por pillar, tuvo argumentos preclaros y palabras justas para, ante el micrófono que le acercaron, describir la situación: "Esto no sirve de nada; en adelante tendrían que venderlo ellos directamente". Y así es; porque si la inacción del Gobierno no fuera tal, arbitraría fórmulas y ayudas, por qué no, para que los pescadores se constituyeran en vendedores de su producto, absorviendo a los intermediarios, o, cuando menos, a una parte sustancial de ellos. Entonces, a lo mejor, les llegaría para llenar el depósito de sus barcos, y, con las pescadillas y los jureles a un justo precio, se contribuiría a disipar para siempre entre los mayores, la memoria del hambre.

Rafael Torres

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