Diríase que las medidas de carácter social anunciadas por el Gobierno se dictan porque, al hacer balance de caja, resulta que nos ha sobrado dinero. Gracias al superávit del Estado, esto es, a la diferencia positiva entre los ganado y lo gastado, los niños vendrán a España con un pan de 2.500 euros bajo el brazo, dispondrán en un futuro próximo de guarderías públicas y recibirán atención sanitaria bucodental a cuenta del Seguro; los jóvenes tendrán algo menos imposible el acceso a la vivienda de alquiler, y algunos adultos pagarán algunos euros menos en impuestos directos.
Todo eso, aunque podría y debería estar mejor, está muy bien, pero ¿y si no nos hubiera sobrado dinero? ¿Las parejas del común seguirían evitando la descendencia o, en su defecto, arruinándose en la crianza de los hijos sin percibir ayuda ninguna, o bien abandonando técnicamente a la prole en las guarderías de pago, durante todo el santo día, a causa de las interminables jornadas laborales del padre y de la madre?
¿Seguiríamos los españoles siendo los europeos más desdentados por la nula atención sanitaria que de lo público hemos obtenido hasta el presente? O los jóvenes, por ventura, ¿continuarían infantilizados hasta los treinta y tantos en la casa de los pobres padres?
O dicho de otro modo: ¿ha sido necesario esperar del gobierno durante tres años y medio, y, encima, tener la suerte de que sobrara algo de los presupuestos, para arrancarle esas medidas sociales, tan tímidas como elementales? Con las sobras no se hace política social, sino electoralismo grosero. La dignidad de los ciudadanos, y su derecho y sus necesidades, merecen otra cosa.
Rafael Torres.