MADRID 29 Abr. (OTR/PRESS) -
El viernes 25 de abril de 2008 por la noche, el país recibió la imperiosa recomendación del Gobierno de no consumir aceite de girasol, alegando que se había descubierto una partida de este producto, procedente de Ucrania, adulterado con aceites minerales. A esta recomendación a la población en general, el Gobierno añadió otra: los establecimientos dedicados a vender aceite de girasol debían retirarlo de la venta inmediatamente, hasta que se determinasen las marcas afectadas por este aceite contaminado. Pero el Gobierno añadió a todo esto una consideración pasmosa, que hay que suponer encaminada a no crear el pánico: afirmó que si se consumía aceite procedente de este lote ucraniano, no había nada que temer, y que la salud pública estaba, por eso mismo, garantizada.
Parece una broma muy pesada, pero eso fue exactamente lo que ocurrió.
El domingo 27, también por la noche, los medios anunciaron que el Gobierno ya había localizado hasta la última gota de aceite mineral mezclado con el de girasol, identificado las marcas que lo habían comercializado y resuelto, por tanto, el problema. En vista de lo cual, el lunes 28, o sea, ayer, en los anaqueles ya estaban otra vez las botellas del jueves anterior. ¿De todas las marcas que había? Pues, aunque parezca increíble, sí: de todas ellas. Pero el Gobierno, ¿informó de cuáles eran las marcas sospechosas? Pues, siento decirlo, pero hasta esta hora de la tarde en que escribo, no. De eso, ni una palabra.
Parece otra broma aún más pesada que la anterior, pero ésta es la situación.
Eso sí: el ministro de Sanidad, el mataembriones señor Soria, ha anunciado que comparecerá en el Parlamento para dar toda la información. Toda todita. ¿Tercera broma pesada? No: sólo consecuencia lógica del resultado electoral del 9 de marzo. ¿O es que no sabíamos de lo que eran capaces estos gobernantes?
Ramón Pi.