MADRID 13 May. (OTR/PRESS) -
No puede ocultarse la significación de la renuncia de María San Gil a firmar la ponencia política del congreso del Partido Popular de junio. Para que una mujer como San Gil haya tomado esta determinación tiene que haber percibido una incompatibilidad muy seria entre sus puntos de vista y lo que expone la ponencia. Y si los rumores se ajustan, o siquiera se aproximan, a la realidad, parece que el problema serio es la estrategia que dicha ponencia diseña respecto de la política del PP hacia los nacionalismos.
La discrepancia no puede ser ni baladí, ni circunstancial. Ha de ser profunda, y ha de afectar a la concepción misma del Estado. Sin conocer el texto que María San Gil no va a firmar, resulta difícil entrar en más detalles. Sin embargo, no parece temerario suponer que, en caso de cambio de estrategia, pro lo pronto la Ley de Partidos Políticos quedaría automáticamente desactivada y reducida a la nada, como ya ha ocurrido con el Pacto Antiterrorista, nunca denunciado por el PSOE, pero reducido a escombros por la vía de los hechos consumados.
Si algún genio de la estrategia hubiera convencido a los dirigentes del PP de que obtendría mejores resultados en Cataluña y el País Vasco mostrándose más concesivo con los partidos nacionalistas, mi opinión es que se equivocaría de medio a medio, a no ser que ese cambio de actitud no fuera una táctica electoral, sino que respondiera a la realidad de que el PP ha dejado de creer en la indisoluble unidad de la nación española que proclama la Constitución. Y si así fuera, entonces la pérdida de apoyo electoral en el resto de España podría ser literalmente trágica. No sé por qué, pero empiezo a pensar que el tiempo del voto cautivo puede estar empezando a acabarse.
Ramón Pi.